Posos de anarquía

La IA hace sudar frío al capitalismo

La IA hace sudar frío al capitalismo
Primera Subdirectora Gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) Gita Gopinath . -J. LAWLER DUGGAN / Reuters

De un tiempo para acá, nos hemos sumergido en predicciones de un futuro apocalíptico a manos de la Inteligencia Artificial (IA). Los medios de comunicación vuelven a dejarse apresar por la agenda informativa y lanzan mensajes con escaso fundamento técnico. Ahora es el turno del Fondo Monetario Internacional (FMI), que el pasado martes alertaba de "una sacudida sin precedentes" en el mercado laboral.

La base del futuro distópico que nos presentan los medios de comunicación viene dada por las altas capacidades de la IA y cómo ésta ya es capaz de reemplazar a las personas en determinados trabajos. Desde kⒶosTICa hace muchos años que vengo advirtiendo precisamente de lo contrario, de su inmadurez y de cómo su puesta en funcionamiento puede traer efectos indeseados. Ya en 2017 alerté de los sesgos que trae consigo la IA, bien por la propia programación de los algoritmos que reflejan los prejuicios del desarrollador, bien porque su entrenamiento previo ha sido insuficiente y de escasa calidad. Las consecuencias, como un año después detallé, son toda suerte de discriminaciones e inferencias erróneas que pueden incrementar la desigualdad, especialmente cuando es el Estado quien adopta la IA inmadura.

El problema no es la alta capacidad de la IA, sino cómo pese a sus notables carencias se le pretenden encomendar labores críticas, incluido el control fronterizo o la selección de objetivos militares a bombardear. Ese es el verdadero riesgo. El FMI, sin embargo, mostró ayer su preocupación, asegurando que ya se han perdido trabajos de cualificación media.

La automatización impulsada por la IA es la responsable de esta destrucción de empleo, pero cualquiera que conozca cómo se están aplicando estas tecnologías en las empresas sabe que esto no es del todo cierto. La automatización en las empresas está permitiendo que tareas rutinarias basadas en reglas fijas estén siendo ejecutadas por los ordenadores. Este es el caso de la gestión de facturas y albaranes, la identificación de comportamientos anómalos para detectar posibles ciberamenazas o la atención al cliente.

Este último ámbito, el de servicio al cliente, es uno a los que hace referencia implícita la primera subdirectora general del FMI, Gita Gopinath, cuando habla de pérdida de trabajo de cualificación media. Sin embargo, cualquiera que haya tratado con uno de esos chatbots basados en IA se ha dado cuenta de su deficiente rendimiento. Ni el procesamiento de lenguaje natural está a la altura para comprender nuestras consultas ni cuando éstas requieren algo más que una respuesta estándar muy específica el chatbot tiene éxito en su cometido. De hecho, su efecto es contraproducente, genera rechazo. Pese a las noticias de novelas escritas por IA o de montajes del Papa bailando break-dance, lo cierto es que tanto ChatGPT como Bard  (el chatbot de Google) tienen episodios vergonzantes de sonados ridículos.

Lo llamativo de las luces de alarma que enciende Gopinath es su temor a que la IA sea capaz de aplanar la estructura jerárquica de las empresas, bajando el salario de los trabajos mejor remunerados y metiendo la tijera en la escala alta del empleo, es decir, en los puestos de mando intermedio y alto. Quizás la subdirectora del FMI ha delatado el verdadero temor que cunde entre quienes llevan las riendas empresariales: si la IA es capaz de automatizar y cruzar millones de datos prácticamente en tiempo real -como nos venden quienes extienden el miedo- para la mejor toma de decisiones, ¿qué utilidad tendrán los jefazos? O, planteado de otro modo, dado que la IA hace el trabajo más duro, incluso lo mejora al poder contemplar más posibilidades y procesar más información, ¿acaso ese trabajo no puede ser validado por cualquiera? No es que elimine puestos de trabajo, es que los democratiza. Ese es el aplanamiento de la estructura jerárquica de la que habla Gopinath.

Asumiendo que, efectivamente, los Estados se han dormido a la hora de regular la aplicación de la IA -no tiene sentido que ya en 2017 la Unión Europea se planteara legislar el big data y ahora estemos así-, ¿por qué el mensaje no se focaliza en cómo la IA nos puede hacer la vida -también la laboral- más llevadera en lugar de deteriorarla? Bien es cierto que el capitalismo se ha encargado históricamente de conseguir que en lugar de que las máquinas reduzcan nuestro trabajo, lo incrementen, sencillamente, porque el objetivo únicamente es crecer.

No es casual que las reflexiones de la subdirectora del FMI se produjeran en el marco de los actos en Glasgow por el tercer centenario del nacimiento de Adam Smith, uno de los padres del capitalismo. Quizás, quienes están alimentando los temores a la IA no están tan preocupados por esos trabajos de baja y media cualificación, que requieren de trato y supervisión humana, como por los suyos propios, pues pone en duda la alta cualificación que se les atribuye históricamente. Es otro punto de vista, sin duda, que también habría que poner encima de la mesa: ¿conseguiremos al fin que un avance tecnológico no esté al servicio del capitalismo para seguir exprimiendo a la clase trabajadora? Sería la primera vez, pero nunca es tarde si la dicha es buena.

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