Punto de Fisión

Terror en el supermercado

Con una acción de propaganda contundente aunque bastante zafia, Sánchez Gordillo ha logrado atraer la atención de los medios en mitad de la modorra veraniega, lo que no deja de tener mérito. Sin embargo, también ha cometido un montón de errores garrafales, empezando por la gañanada de no pasar por caja. Después, para rematar la faena, Gordillo equiparó su hurto, pequeño y doméstico, con el atraco millonario de Bankia, el mismo razonamiento de guardería que emplearon Roca, Julián Muñoz y otros ilustres chorizos cuando declararon ante el juez que en la prisión se habían codeado con unos cuantos asesinos de ley y que ellos, en realidad, no habían hecho daño a nadie. Qué va, ellos sólo habían robado un poquito.

Gordillo dice que saquear un Mercadona en nombre de los desposeídos no es nada al lado de lo de Bankia, que robar comida para los pobres no es lo mismo que desmantelar un banco, de acuerdo, pero jurídica y técnicamente resulta que sí, que son lo mismo. Un robo es un delito, lo pintes como lo pintes, y para llamar la atención sobre la desesperación de miles y miles de familias andaluzas no hacía falta asaltar un supermercado con una banda de jornaleros metidos a matones y, de paso, hacer que llore una cajera. La cual, como quien no quiere la cosa, y sólo por estar ahí estorbando, se llevó un empujón y una colleja. Da la casualidad de que esa inoportuna cajera también es clase trabajadora, pura y dura, mucho más que el grupo salvaje de Gordillo, cuyos detractores se han apresurado a señalar que él mucha hambre no pasa. Ni por el cargo ni por las pintas. Sobre todo por las pintas.

Fue Pasolini quien advirtió que, en los disturbios de Turín entre estudiantes y policías, la lucha de clases perdió de golpe la perspectiva, porque los estudiantes eran más bien niños de papá y los policías, jóvenes sin estudios, gente pobre del pueblo. Es lo malo de erigirse en conciencia de clase cuando uno no acaba de saber cuál es la suya: si diputado a sueldo o ladrón samaritano, si justiciero de alpargata o estrella televisiva. Gordillo no da el tipo de Robin Hood, ni siquiera de Little John, a pesar de la barba y el megáfono. El hombre buscaba publicidad para los hambrientos y tiró por la calle de en medio, sin caer en la cuenta de que en medio de la calle no había banqueros ni políticos sino la clase trabajadora llorando a moco tendido, y que esas lágrimas, proletarias y calientes, va a emplearlas el enemigo como balas de nueve milímetros. Cuando precisamente lo último que hay que darle al enemigo son argumentos.

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