La esperanza, tal vez la certeza, de que ETA esté dando ya sus últimas boqueadas viene de la mano de un videojuego donde aparece un grupo de encapuchados con boina bajo el lema de "separatistas", que es como denominan en los telediarios de Estados Unidos y en las guías Lonely Planet a los matarifes etarras (también podrían llamar "pilotos con fe" a los yihadistas del World Trade Center). No olvidemos que el auténtico declive borbónico no se inició hasta que no vistieron a Magneto con el uniforme del rey Juan Carlos.
La txapela y la caputxa son el logotipo ideológico de ETA, la marca de la cerrazón absoluta (por ahí no pasa ni aire, no digamos ya ideas), de modo que cuando ese simbolismo nazareno se coloca en la misma pantalla que alberga a los zombis babeantes y a los asesinos ninjas, un ciclo se ha cerrado por fin: de los sótanos de la iglesia vasca al cielo de la playstation, del sueño utópico al game over, pasando por más de ochocientos asesinatos, millares de vidas destrozadas, cientos de miles de exiliados. Cuatro décadas de pesadilla al servicio del terror, cuatro décadas de tiros por la espalda y treguas falsas, todo para acabar al lado de Super Mario Bros: podían haberlo dicho antes.
Para ser realista, la estrategia debería incluir trampas-bomba abandonadas en la calle para que las patee un niño y le vuele las piernas, y balazos en la nuca a ancianos jubilados, más o menos al mismo nivel de esos videojuegos que consisten en atropellar a una vieja coja en un paso de cebra. Pero si el heroísmo nunca fue su fuerte, la astucia requerida para formar parte de un comando etarra tampoco es para tirar cohetes: a los penúltimos los pescaron por una foto que colgaron en Facebook vestidos con una camiseta de la selección española, que los pilla Sabino Arana y los corre a boinazos desde Bilbao hasta Santurce.
En fin, para multiplicar las metáforas, la puesta en largo del videojuego ha coincidido con un cáncer de pulmón que se está celebrando como si la enfermedad fuese culpa del estado opresor, otra señal del martirio de un luchador por la libertad cuya mayor hazaña fue mantener vivo en un agujero a Ortega Lara durante un año y medio. Algo no demasiado difícil en una gente que vive las huelgas de hambre al pil-pil, como una pausa de tres días entre indigestión y comilona, una dieta de adelgazamiento a base de jamón york y tranchetes. La última, proclamada a bombo y chistu en mitad del verano, suena a ayuno de última hora para ver si les entra el bañador antes de que empiecen a llegar los fotógrafos.
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