Punto de Fisión

Urkullu banderillero

En el interminable sainete de la política española, Iñigo Urkullu incorpora a uno de esos secundarios cómicos a los que rara vez se les concede una línea del diálogo; siempre están por ahí detrás, perdidos, haciendo bulto en el coro, llenando el fondo de armario. De repente un día ven su oportunidad, toman la palabra y ya no la sueltan, se derraman en una improvisación torrencial con la que pretenden impresionar al director de escena, a ver si les saca de las nieblas de la segunda fila, pero en seguida se ve que no, que como mejor están es calladitos. Si Urkullu se dedicara a la zarzuela (que podría ser, aptitudes tiene) quedaría muy bien ceñido en un traje de banderillero.

Curiosa paradoja, pues Urkullu rechaza todo lo que huela a español (la zarzuela, la tortilla de patatas, la selección de fútbol) con un odio tan visceral y diligente que sólo puede provenir de un español de pura cepa. En la anterior Eurocopa, en vísperas de la semifinal contra Rusia, Urkullu proclamó que él iba con los rusos no por su amor a Dostoievski o a la ensaladilla, sino porque deseaba fervientemente que España perdiera, una maldición tan efectiva que dura hasta hoy y que podría hacernos ganar cuatro mundiales más si Urkullu no se retracta pronto y se fotografía con la camiseta de Casillas.

De Urkullu podría decirse lo que dijo Churchill de su adversario Clement Atlee: "Es un hombre modesto y no le faltan motivos para serlo". Lleva años entrenándose para el papel de lehendakari, probando a engolar la voz ante el espejo y soltando chorradas por encima de sus posibilidades (que mira que es difícil), pero cuando parece que la victoria está ahí, al alcance de la mano, la sinceridad lo traiciona y espeta con perfecto acento vasco eso de que por qué van a pagar los ricos más impuestos, pachi. El chiste es muy bueno, hay que reconocerlo, lo que pasa es que Mariano ya lo había dicho antes y con más salero. Para qué reírle la gracia a Urkullu en el País Vasco teniendo a Mariano en Madrid: no hay que multiplicar los cómicos sin necesidad ni tirar el original para quedarse con la copia.

En fin, que este hombre que lleva años al acecho, borrándose a sí mismo, haciendo el paseíllo antiespañol al tiempo que anuncia botijos, ha desperdiciado otra excelente ocasión para cerrar la boca. Mucho nos tememos que, en la gran corrida de toros de la política española, Urkullu va a pasar a la posteridad por tres faenas gloriosas: cuando se puso a defender a los millonarios en medio de la peor crisis de la democracia, cuando apostó por Rusia en la Eurocopa, y a la tercera va la vencida.

 

 

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