La independencia de Cataluña se encuentra cada día más cerca, a unas tres o cuatro declaraciones de Mariano, a dos a poco que se le vaya la lengua. Dicho y hecho: ha sido abrir la boca esta semana y en Escocia han pedido un referéndum sólo para apartarse algo más de él. De seguir a ese ritmo pronto pedirán uno en Bretaña y otro en Gales. Dice Mariano que todo el mundo debería sentirse español y catalán, una observación que ha extrañado ligeramente a los kazajos y a los habitantes de las islas Fidji, pero si es por sentir, que no quede. Yo mismo, en cuanto habla Mariano, me siento más y más catalán, aunque no tengo ni pajolera idea del idioma y mis únicos vínculos más allá del Ebro son unos cuantos amigos y unos discos de Albéniz.
Hay que españolizar a fondo, dice el ministro Wert, conocido cariñosamente entre sus colegas como Tupperwert por esas ideas suyas que son para llevar en fiambrera. Si es por españolizar, tendría que empezar por españolizarse ese apellido que atufa a teutón cantidad, no se sabe si para reconocer su vasallaje a Merkel o para hacer juego con Mariano I de España y V de Alemania.
Resulta que los niños catalanes no son lo bastante españoles, habrá que llevarlos en excursiones organizadas a El Escorial, que es el epicentro histórico del imperio, el lugar desde donde se organizó la Conquista de América, la Armada Invencible y otras excitantes empresas de exportación nacional. Carlos V de Alemania y I de España, antecesor de Mariano en esto de la españolización, era un emperador políglota que hablaba en francés con los hombres, en italiano con las mujeres y en castellano con Dios. A su caballo le susurraba en alemán, igual que Merkel a sus borricos, pero con Mariano el emperador habría empleado el catalán, probablemente por joder. Nuestro ilustre presidente no habría sabido responderle más que en esa variante marianesca del castellano, un dialecto que trae de cabeza a los logopedas y que se habla con el puro por dentro y la lengua por fuera, para expandir las sílabas al exterior.
Puede parecer feo pero lo de salpicar y escupir mientras se discursea no es más que un acto reflejo de aquellos tiempos en que centrifugábamos españoles a los cuatro vientos para mayor gloria del imperio. Entonces sí que españolizábamos a base de bien pero ahora, con la crisis, en lugar de extremeños nos tenemos que conformar con lanzar perdigones. Ya casi no hay españoles que exportar porque los mejores se han ido al extranjero a buscarse la vida y los que vamos quedando aquí somos unos pocos perdularios, unos cuantos rumanos que todavía no han aprendido bien el idioma y un ministro con apellido alemán. Como no se dé prisa Artur Mas en pedir el divorcio, va a tener que separarse de un solar.
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