Punto de Fisión

¿Quién coño es Mo Yan?

 

Las reacciones al flamante premio Nobel de Literatura no se han hecho esperar. Básicamente han consistido en tres tipos de reacciones. Primera, la alegría de las autoridades chinas que están de enhorabuena porque al fin la academia sueca ha premiado a un autor chino de pura cepa. Para ellos, el Nobel anterior, Gao Xingjiang, era un traidor, un afrancesado, más pintor que escritor y que de chino ya no tenía más que los ojos. Un chino accidental. Segunda, la rabia de los disidentes chinos (que en términos de masa corporal ocupan bastante más que algunas islas del Pacífico), quienes lamentan la concesión del premio, ya que el autor no es lo bastante crítico con el régimen y consideran su obra pasada de fecha cuando no directamente obsoleta. Tercera, la reacción general del resto del mundo, incluido yo: ¿quién coño es Mo Yan?

En los últimos años, y cada vez con mayor frecuencia, los académicos suecos juegan al despiste, lanzan rondas temáticas, quinielas por sexo, por continente, por idioma. Premian un poeta, luego dos novelistas, otro poeta, tres novelistas, ojo, que toca un dramaturgo. El comité utiliza el Nobel como una herramienta para descubrir autores casi secretos, como si el Nobel fuera lo mismo que unos juegos florales, uno de esos galardones de provincias que premian los esfuerzos de un oscuro bardo local. Es posible imaginar las deliberaciones del jurado, esos delicados tira y afloja entre consideraciones que rara vez tienen que ver con la literatura. ¿Murakami? No, porque todo el mundo piensa que se lo vamos a dar a Murakami y además ese señor es pura tecnología japonesa, está muy traducido, lo leen mucho y los libreros se iban a forrar. ¿Cormac McCarthy? Escribe muy bien, sí, pero le ha dado por la ciencia-ficción y además masca chicle y lleva botas de vaquero. ¿Alice Munro? No, no, que este año no toca mujer. ¿Philip Roth? Es un genio, sí, pero demasiado judío. ¿Amos Oz? Peor todavía, es israelí. ¿Adonis? No jodas, hombre, que ése es sirio, con la que está cayendo en Siria, a ver que se van a pensar. ¿Y Mo Yan? ¿Quién dices? ¿Mo yan? Ni idea. ¿Tú lo has leído? Yo tampoco. Pues por eso mismo, así no molestamos a nadie. En fin, vale, el Mo Yan ése, verás cómo alguno lo haya leído la que nos va a caer.

Es un hecho que hay unos cuantos premios Nobel que ya no leen ni los suecos: Mistral, Pearl S. Buck, Echegaray. Es cierto también que a veces aciertan de pleno, como pasó con Faulkner, García Márquez o Saint-John Perse. Pero sin el Nobel se murieron algunos de los escritores fundamentales del pasado siglo (Kafka, Joyce, Proust, Rilke, Borges) y unos cuantos secundarios que lo merecían de sobra. Sin embargo, en mi opinión, lo mejor del Nobel de Literatura es el furor que lo acompaña, la alegría, la irritación que causa, ese resquemor de filias y fobias que abarca sexos, ideologías, continentes y lenguas. El Nobel de Medicina es mucho más acuciante para nuestras vidas, los de Química y Física podrían cambiar el rumbo de la historia, pero los periodistas se limitan a preguntarles a los ganadores por sus descubrimientos, mientras que los escritores, más que por sus libros, tienen que responder por la crisis de valores, los derechos humanos, el hambre, la injusticia social. Ése es el verdadero premio: que una labor tan ingrata y tan aparentemente baladí como la de juntar letras, una actividad rudimentaria que apenas ocupa y preocupa al uno por ciento de la población, siga significando tanto al final. La literatura es la conciencia del mundo, por eso importa mucho quién coño sea Mo Yan.

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