Punto de Fisión

Spanish horror story

Cuando Gallardón se llevó la alcaldía al edificio de Correos, de repente la solemne arquitectura cobró una atmósfera de película de terror. Por las noches, al pasar por ahí, algunos taxistas se santiguaban, se decía que había ratas correteando por los pasillos y a nadie le extrañaría si de los techos colgaran murciélagos. Era como si toda la energía chunga y maligna del antiguo Palacio de Linares (exorcizado primero por las coñas de Berlanga y reconvertido después en Casa de América) hubiera cruzado la calle Alcalá de puntillas para instalarse en los cimientos de su vecino de enfrente, aprovechando la pinta transilvana del nuevo propietario.

Lo cierto es que el flamante Ayuntamiento de Madrid está poseído desde entonces por un aura espectral, por malos presagios que se arremolinan sobre sus torreones como las nubes de tormenta en ciertas agujas inaccesibles de los Alpes. Es el edificio Dakota pero en chulapo, no sé si me explico, un caserón maldito que pretende disputarle el puesto de mansión de las tinieblas a la sede de la Comunidad de Madrid, un lugar aparentemente inocuo que es el epicentro de la Nochevieja pero en cuyas entrañas se alojaban nada menos que los tétricos calabozos de la Dirección General de Seguridad: más aullidos no caben ahí dentro.

Durante años, los inquilinos respectivos de uno y otro caserón fueron Aguirre y Gallardón, que libraron una guerra sorda por el poder sin saber que en realidad obedecían los designios de viejos demonios. Ahora Ignacio González y Ana Botella son como esos nuevos vecinos que llegan a una casa cuya leyenda ignoran y que empiezan a repetir los ritos del aquelarre. González dice que el Ayuntamiento tiene que depurar responsabilidades y cuestiona al vicealcalde Villanueva, que aseguraba que no conocía al empresario del Madrid Arena y resulta que sólo le faltó comprarle los puros de la boda. Mientras tanto, Ana Botella va al hospital de la Princesa a firmar contra el cierre impuesto por la Comunidad. Ambos tienen razón, por una vez y sin que sirva de precedente, pero son sus respectivos baluartes quienes hablan por ellos.

Iker Jiménez debería enviar un nutrido equipo de parapsicólogos para estudiar este misterio, porque quizá sea la primera vez en la historia de las posesiones infernales en que un par de casas encantadas deciden hacer el bien en lugar de hacer el mal, como es su obligación. Lo que ya no sorprende tanto es que Esperanza Aguirre siga expectorando ectoplasmas del franquismo cada vez que abre la boca: siempre habíamos sabido que esta mujer es paranormal y que cualquier día, en lugar de cadencia zarzuelera, empieza a emplear el acento gallego de don Manuel Fraga Iribarne. En cualquier caso, está claro que lo que necesita el PP de Madrid, aparte de una ducha, es un buen exorcismo.

Y encima es martes y 13.

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