Punto de Fisión

Bien Senado

Hay dos maneras de medir la riqueza de un país, una, la plebeya, que es la renta per cápita, y otra, la señorial, que va por número de senadores. Según la primera, España es una desgracia de país, a menos que midamos la cápita de Botín, que entonces nos salimos del mapa, pero en cuestión de senadores no hay quien nos tosa. Los senadores son la prosa poética del politiqueo, unos señores que se dedican mayormente a cenar, a leer el periódico y a fumar puros por la plaza de la Marina Española. Pudiera parecer que no hacen nada pero todo país que se precie debe mantener un status de ociosos y desocupados que den lustre y esplendor al dolce far niente. La plebe se queja de su inutilidad pero es que la plebe, aparte de que siempre se está quejando, no entiende cuán difícil y arriesgado es el arte de la vagancia. Frente al quehacer laborioso y hormigueante de los diputados, esos fogoneros de la oratoria que no paran de vocear, de enredar y de apuntalar las ruinas, los senadores se conforman con parecer un cónclave de cardenales, un club de eruditos ingleses donde no se habla mucho y menos de política, que es una ordinariez.

Una vez fui de visita al Senado y me encantó descubrir que en las entrañas del edificio hay lo que se denomina un Salón de Pasos Perdidos, un lugar ideal para dormir la siesta, con las paredes plagadas de retratos decimonónicos, imponentes y bigotudos, que es donde suelen ir los senadores a mirarse, a peinarse y a aprender a estar bien quietos. Lo indignante no es que al Senado le hayan diseñado una web que ha costado medio millón de euros y que podía haber montado un niño, sino que la web no esté en blanco y negro y que no tenga perspectiva caballera.

A los senadores les pasa un poco lo que a Robert Mitchum, que era un actorazo alto, acojonante y desganado que parecía que ni respiraba delante de las cámaras. Una vez lo contrataron por una millonada para una secuencia y el productor se cabreó porque Mitchum se limitó a ponerse delante de los focos y a envejecer tranquilamente con su cara en erección y sus párpados caídos. Cuando Mitchum se marchó, camino de una copa, el productor gritó que aquel tipo no había movido un músculo y que había que repetir la toma pero el director (creo que era John Huston) le cortó en seco y le dio una soberbia lección de cine: "Tú no lo has visto y yo tampoco lo he visto pero la cámara sí que ha captado algo. Espera a que positivemos la toma". Y por esa misma razón, frente al drama exagerado y teatral del Congreso, donde todos gritan mucho para no decir nada, el Senado es un enorme vacío cinematográfico, un solar gestual, un plató relleno de figurantes y maniquíes bien plantados donde ya saben de sobra que lo mejor es no abrir la boca, no vayan a salirse del plano.

 

 

 

Más Noticias