Punto de Fisión

Dickens según Ana Botella

Para que el mundo no lo asuste, al político suelen acondicionarle una realidad prefabricada, como aquella avenida populosa de muchedumbres y ventanas que inauguró Ceaucescu en una cabalgata triunfal y que apenas consistía en una sucesión de fachadas apuntaladas por detrás y donde la gente se asomaba a saludar al querido líder haciendo equilibrios sobre las escaleras. Se rumorea que Franco cazaba jabalíes previamente atados a una estaca y que pescaba atunes con pasmosa facilidad, gracias al eficaz concurso de un hombre-rana que iba enganchando peces en los anzuelos y luego daba un tironcito para avisar que habían picado. Se rumorea también (aunque esto ya huele a infundio y a complot de masones) que más de un atún subió con la etiqueta de la pescadería y que una vez el Caudillo jaló de carrete antes de lo previsto y terminó pescando al hombre-rana. 

Si el político se sale del guión fijado por el protocolo, descarrila, y es entonces cuando la farsa ceremonial cede paso a la vida. En una visita relámpago a las tropas estadounidenses en Irak, Bush posaba ante un rutilante pavo de navidad cuando de repente agarró un cuchillo e intentó inútilmente trincharlo, quizá por apetito, por entusiasmo, porque no le habían advertido que era de plástico o porque se temía que lo confundieran con el pavo.

A Ana Botella, alcaldesa de banquillo, le ha ocurrido exactamente lo contrario que a Bush: fue a posar con un pavo creyendo que era de plástico y se le echó a volar ante las cámaras. Una pobre mujer indigente vino a fastidiarle la obra de caridad a Ana Botella, a quien sus asesores debían haberle dicho que la realidad tiene estas cosas y no suele ajustarse a programas. Le ha pasado a más de un alcalde eso de salir a la ciudad que gobierna y no reconocerla ni con ayuda de un plano. Le ocurrió a Gallardón el día en que fue a inaugurar una estación de metro y quiso hacer el paripé completo: acostumbrado a la limusina, no sabía por dónde había que introducir el billete para cruzar el torno y poco le faltó para meterlo en la boca de la taquillera.

Al final el presidente del Congreso, Jesús Posada, le echó un capote a la alcaldesa con una frase de antología: "Déjala, déjala. Sus razones tendrá" No andaba desencaminado el hombre, si entendemos por razones el hambre, el frío, los desahucios, la desesperación de tantos madrileños que andan mendigando en la puta calle. Ana Botella iba a inaugurar una placa en honor al general Prim y se equivocó de siglo, se creyó que estaba en 1870, una época en la que los mendigos aún ponían la otra mejilla. También se confundió de cuento, con lo que sabe de cuentos Ana: se creía que estaba en uno de Calleja y se encontró en una escena de Dickens, un novelista que abundaba en vagabundos ariscos y huérfanos respondones. 

 

 

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