Punto de Fisión

Botellón olímpico

Borges se quejaba de que había ingresado en vida en el panteón de los dioses escandinavos, ya que en Estocolmo habían convertido en tradición la fea costumbre de no concederle el premio Nobel. Lo de Borges con el Nobel se va a quedar en nada comparado con lo de Madrid y el COI, que ya he perdido la cuenta de las veces que nos hemos presentado, tal vez tres, tal vez cuatro, pero lo que nos reímos.

No sé a ustedes pero a mí no me parece normal tanta insistencia ni tanto rechazo, o nos falta una póliza o nos han visto cara de pagafantas. A fuerza de insistir, y cuando las Olimpíadas hayan dado la vuelta al mundo sede a sede, de Hawai a La Paz y de Madagascar a Logroño, pues lo mismo se acuerdan de nosotros, sí, hombre, esos plastas que se presentan cada cuatro años, no tienen otra cosa mejor qué hacer, les debe de sobrar el dinero y lo tiran en cenas y carteles. El último, por cierto, muestra un cero de más, no se sabe si las previsiones más optimistas apuntan al 20.020 o hay una confusión con los aros olímpicos o es que pillaron a la alcaldesa haciéndose las uñas.

Sucede que Madrid es una capital que se conjuga en futuro imperfecto, por eso el anterior munícipe se pasó la vida pensando en cómo molaría la ciudad en cuanto acabara de descojonarla, dentro de cuatro décadas, y mientras tanto nos iba endeudando hasta los túneles y especulando con unas olimpíadas que eran como una zanahoria colgada de un palo. Junto con el cargo y las tuneladoras, Ana Botella ha heredado también las obsesiones de su precedesor, sobre todo la de perseguir la zanahoria olímpica de culo y contra el viento: ya tiene todas las papeletas para heredar otro plantón, que por algo el estadio olímpico se llama la Peineta, la que nos planta el COI en pleno cuando termina de rebañar los langostinos.

La misma semana que opositamos por enésima vez al Olimpo, el vicealcalde Villanueva dimite o lo dimiten, depende de cómo vea cada uno la Botella, si medio vacía o medio llena. Yo la vi en la rueda de prensa con un cardado monumental donde no le temblaba un adverbio, se ve que hay dinero de sobra en las arcas municipales para esas sesiones de peluquería a las que la señora de Aznar va en limusina. Ahora bien, no se entiende por qué Madrid no puede celebrar un congreso mundial de tóxicomanos, sobre todo en San Blas, una zona que aunque ya está algo de capa caída en cuanto al tráfico de drogas, en sus buenos tiempos era la leche; el señor Escudier y yo podemos dar fe, que la conocimos cuando entre la hierba del parque, en vez de hongos, brotaban jeringuillas. Eso sin contar que en Madrid hemos sido capaces de montar un macrobotellón con miles de participantes de más y sólo se nos murieron cinco. Todo un récord, se mire por donde se mire.

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