Punto de Fisión

Barbie y Ken

Juan José Güemes tiene mucha razón: somos tontos. Su esposa Andrea Fabra lo resumió con mejor estilo: que nos jodiéramos. El mundo es para los listos y los ricos. A los Güemes no hay más que verlos, tan guapos, tan limpios, tan bien peinados, hijos orgullosos de esa España de cortijo que se pasea a caballo por donde le da la gana, esa España triunfal de gente bien de la que habla Arturo Fernández en oposición a la España fea de las calles, la España maloliente que no llega a fin de mes y mancha las aceras quemándose a lo bonzo y tirándose por los balcones.

Andreíta y Juanjo, la Barbie y el Ken del PP, estaban condenados a encontrarse por pura fatalidad onomástica, como la G sigue a la F, igual que Barbie tenía que emparejarse con Ken, un muñeco articulado hecho a medida para ese mundo de fantasía donde los hospitales se desmontan pieza a pieza y los aeropuertos los construye el abuelo Carlos para llevar a jugar a los nietos. Lo de los muñecos a Güemes le viene de fábrica; por eso hace un par de años entró en el consejo de administración de Pocoyó, para darle al chavalín unos cuantos consejos. Paso a paso, Pocoyó aprenderá a lucir corbata, a privatizar dibujos y seguro que se transforma en una gaviota de las finanzas, un Muchoyó, igual que Ken, su mentor de cabecera.

El éxito de Ken Güemes viene avalado por la gestión de su flequillo, un medio tupé frondoso y ondulante que le envidiamos los pobres y los calvos. A Ken el dinero le crece en las manos igual que el pelo en la cabeza, por puro instinto natural, y los rizos siguen las ondas bursátiles de las empresas según va saliendo y entrando de los despachos. Ken triunfa lo mismo que se peina, de abajo a arriba, de lo público a lo privado, arramblando con servicios pagados con el dinero de todos para que acaben estilizados en sus cabellos siempre hermosos y fragantes. Con lo que se gasta Ken en champú daría para enjabonar varios ambulatorios, pero no se trata de privatizar el cáncer sino la quimioterapia.

Entre los cabellos morenos de Ken y los cabellos rubios de Barbie está el cruce de la nueva raza aria, lejos ya de la calva usurera de Montoro y de la melena triste de Fátima Báñez, una mujer con el alma convexa, si es verdad eso de que la cara es el espejo del alma. Barbie y Ken, Güemes y Fabra, son el futuro pluscuamperfecto y pijo de la camada popular, el Cuarto Reich en versión casa de muñecas. Los tontos, que se jodan.

 

 

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