Punto de Fisión

La paloma por los suelos

Nunca entenderé por qué a alguien se le ocurrió la peregrina idea de representar la paz con uno de los pajarracos más necios y cabrones que existen. En cualquier caso, para no devanarse mucho los sesos, el escultor Juan Ripollés recurrió a la paloma para perpetrar, en una rotonda de Castellón, un homenaje a las víctimas del terrorismo cuyo efecto dramático se basa en el gigantismo: casi treinta metros de altura, treinta y seis toneladas de peso, cuatro años de trabajo para levantar una réplica elemental de unos brazos soltando una paloma. Y luego dicen que el tamaño no importa. De no ser por la escala, el adefesio de Ripollés tendría el mismo rango de uno de esos trabajos manuales hechos con plastilina por un niño no muy espabilado.

Por suerte, un ventarrón metido a crítico de arte ha derrumbado el adefesio introduciendo una excitante metáfora que no estaba incluida en el proyecto original: la paloma por los suelos. Ahora ya no se sabe si la estatua megalómana de Ripollés representa la paz pisoteada o un minero llamando a un taxi. Pero la ambigüedad siempre fue un elemento esencial de la obra. Había críticos que decían que era una paloma de mierda y otros que era una mierda de paloma.

Ripollés ha culpado a los ingenieros del desastre pero los verdaderos responsables son los políticos que llevan años financiándole sus mamotretos. Cientos de miles de euros gastados en afear el horizonte mientras se desmantelan hospitales públicos y se echan profesores a la calle. Ripollés es un artista de alcance internacional que, a pesar de haber exhibido sus obras por medio mundo, de Nueva York a Düsseldorf, incomprensiblemente todavía no está en busca y captura. Con todo, su centro de operaciones es el Levante español, una zona a la que regresa como la gota fría, tanto por el tirón de la tierra natal como por su amistad con Carlos Fabra, a quien conoce, según él, "desde que iba a cuatro gatitas". En señal de su amistad y de una millonada acojonante, Ripollés construyó un monumento a Fabra en el aeropuerto de Castellón que, al igual que la paloma defenestrada, no se sabe muy bien si es un cumplido o una injuria en cemento. Afortunadamente, Fabra tiene el mismo gusto en arte que en política y además no se quitó las gafas el día de la inauguración.

Más nos valdría repartir entre las familias de las víctimas el dineral que cuestan semejantes cagarros con denominación de origen y que acaba en los bolsillos de los artistas subvencionados y los políticos metidos a mecenas sin gusto ni vergüenza. En Madrid levantaron un gin-tonic XXL en recuerdo del 11-M que, con la contaminación, ya casi parece un cubata. Las víctimas del terrorismo bastante tienen con lo suyo para aguantar encima esos homenajes que dan más miedo que repelús. Si la paloma de Ripollés llega a caer sobre el tráfico, lo mismo inaugura un cementerio gratis. La estatua de Fabra va a resistir hasta que la redescubra Charlton Heston en una playa de Castellón.

 

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