Punto de Fisión

Secretos a voces

A mí no me molesta que el rey tenga una amiga entrañable; lo que me molesta es tener que financiarla. Creo yo que con los elefantes, los osos, los veleros y el esquí ya había bastante. Pero, como diría Pedro Reyes, qué conversación tiene un oso, por Dios. Por eso, cada vez que Corinna venía a hablar con su amigo el rey de España (y, al parecer, fueron un montón de diálogos), había que ponerle una escolta, pagada con dinero mío y de usted, más que nada por lo entrañable.

Sabemos hasta el nombre en clave de Corinna, Ingrid, casi el mismo que Sigrid, la novia rubia del capitán Trueno: toda una declaración de principios. Y al igual que Sigrid no se limitaba a acompañar al capitán y a prestarle amistosamente las trenzas, sino que ejercía de heroína a tiempo completo, la entrañable Corinna tampoco se limitaba a darle palique al rey, qué va, también hizo trabajos delicados en las cloacas estatales, trabajos de ésos calificados de alto secreto, como las rubias de James Bond, que no paran quietas.

Normalmente esto del secretismo funciona mejor en el anonimato, pero a Corinna le ha fallado la discreción y, por culpa de unas portadas y unas entrevistas, se ha quedado sin amistad y sin trabajo. Lo de contarlo todo o casi todo es la gran tentación de las agentes secretas. A pesar de su formidable segundo apellido, Corinna no le hizo mucho caso a su tío abuelo Wittgenstein, aquel filósofo que advertía que de lo que no se puede hablar, lo mejor es callarse.

La princesa es otra conexión alemana, rubia y radiante, la cara amable del rescate, un photoshop mejorado de la valkyria Merkel. Por lo visto, no hay manera de quitarnos de encima al teutón, seguimos supeditados a ese remoto cordón umbilical desde los tiempos de Carlos I de España y V de Alemania. Menos mal que Corinna no quería ser famosa, porque lo siguiente era presentarse al Gran Hermano y confesarse ante Mercedes Milá. O subirse al trampolín y saltar a bomba junto a Falete. En cualquier caso, quien sí va a tener que confesarse es el general Félix Sanz Roldán, director del CNI. Lo hará a puerta cerrada, por supuesto, aunque lo que va a decir lo sabe ya hasta el conserje. Como sigamos con los secretitos en el Congreso van a instalar locutorios, pilas de agua bendita y el sin pecado concebida. Para contar un secreto a voces lo mejor es hacer como Mariano con la historia de los sobres: dar una conferencia por televisión, a través de una pantalla plana, para evitar interferencias. Así el ministro de Exteriores y su antecesor en el cargo podrán enterarse al fin de qué puñetas pintaba Corinna trajinando con secretos de estado. Y que avisen también al ministro del Interior, no vaya a tropezarse un día en algún pasillo con esa señora rubia y se piense que es la Virgen de Fátima.

 

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