Punto de Fisión

Ahorrar para morir

Lo de la "quita" es un hallazgo semántico fenomenal. Como si el dinero te lo robara tu madre. La primera vez que leí la palabra "quita" estampada en un titular no se me ocurrió ni por asomo que se refería a la tercera persona del singular del verbo quitar. Pero así es. Mucho neoliberalismo, mucha economía de mercado, pero al final los bancos se rigen por aquel sencillo principio de la infancia: "Santa Rita, Rita, lo que se da, no se quita".

Creíamos que los bancos eran un lugar seguro donde depositar los ahorros, un colchón algo más sofisticado, con cerraduras, mecanismos de seguridad e intereses variables. También lo creyeron los chipriotas y mira. Aceptamos resignados la quita porque somos tiernos cochinillos cuya vida depende de la bondad de los banqueros. También porque, gracias al cine, aprendimos que un atraco, en realidad, es una obra de arte. Puede robarse un banco a tiros o destripando una caja fuerte estilo abrelatas, pero las auténticas obras maestras del género, las más elegantes, se hacen a punta de corbata, desde dentro, estrechando manos con grandes sonrisas y abrazos. La quita de Chipre es la Capilla Sixtina del arte del atraco. Para el caso, les habría ido mejor a los pobres chipriotas metiendo sus ahorros en un saco y tirándolos al mar.

He tenido que mirar en wikipedia para ver quién es ese Dijsselbloem que dice que lo de Chipre es un ejemplo a seguir. Me he encontrado con una jeta de listillo que no hubiese sobrevivido en mi colegio ni cinco minutos. De la tempestad de collejas que le habría caído encima se le habrían fundido las gafas. A Dijsselbloem no sólo no le cayeron suficientes sino que ha acabado de macho alfa de la manada. Está claro que, con esta recua de bribones al mando, los europeos habríamos salido ganando de haber dejado los destinos del continente en manos de la familia Corleone. Por lo menos, los de la mafia son profesionales y saben cómo hacer las cosas. Fíjense si no en el FMI, cuya trayectoria, de Rato a Lagarde pasando por Strauus-Khan, parece un elenco fallido de Scorsese.

Habrá que aceptar que aquella dura lección del ahorro que con tanto sacrificio nos inculcaron nuestros padres, al final, no ha resultado muy buena idea. Más nos valdría quemar las tarjetas de crédito y arrasar hasta con las telarañas de la libreta, al estilo de aquel sabio consejo de George Best, a quien le preguntaron cómo había podido pulirse una fortuna entera: "Gasté millones de libras en mujeres, coches y alcohol; el resto lo derroché".

Al mirar a Chipre, la sensación de los ahorradores italianos, portugueses y españoles es la misma que la del cochinillo cuando ve la fecha de San Martín acercarse pasito a paso por el calendario. Tanto jamón y ya no nos quedan piernas. Tantos billetes y tan poca gasolina.

 

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