Punto de Fisión

A sangre caliente

Cuenta Truman Capote que una vez le inquietó la insistencia de un admirador que montaba guardia frente a la puerta de su casa. Era un joven muy flaco, muy raro, un palo de fregona con melena rubia pajiza y ojos alucinados, y aunque no hacía nada más que estarse ahí parado en la acera como un perro en busca de dueño, el escritor acabó por llamar a la policía. Así conoció al joven Andy Warhol, un hombre que cambiaría la cultura del pasado siglo, que inauguraría la era del pop y que anunciaría un mundo donde cualquiera tendría derecho a cinco minutos de fama.

De hecho, la fama era prácticamente el objetivo número uno de Warhol. La fama y no la pintura, ni la fotografía, ni el arte. "La fama" dijo Borges "es un malentendido, y quizá el peor". El argentino hablaba en un tiempo en que la fama era todavía un subproducto del tinglado artístico, no necesariamente el más rentable ni el más llevadero, pero Warhol fue el primero que entendió que lo importante era ser famoso y luego ya vería uno a qué se dedicaba, si a pintarrajear fotos o a rellenar tarros con la propia mierda. Capote le fascinaba no por su trabajo ni por la cadencia de su prosa, sino por la frecuencia con que su rostro achaparrado invadía titulares y portadas de revista. Warhol, que empezó como modesto acosador coñazo, dio el pistoletazo de salida a los acosadores en serio y a los asesinos que matan no por dinero ni placer sino por cinco caducifolios minutos de gloria. Fue el profeta de estos tiempos veloces donde, para emular la fama de Lennon, basta con asesinar a Lennon.

En una vuelta de tuerca muy americana, la revista Rolling Stone ha cubierto de gloria a un aprendiz de terrorista, Dzhokhar Tsarnaev, uno de los supuestos autores de la masacre de Boston. Una revista que a lo largo de varias décadas ha regalado su portada a músicos de talla mundial (Bob Dylan, Bono, Keith Richards), estrellas del pop (Madonna, Rihanna), artistas de cine (Johnny Depp, Sharon Stone), genios de la informática (Steve Jobs) o políticos multimedia (Berlusconi, Obama) ha cambiado de repente el giro de la hélice decidiendo encumbrar a un don nadie. Aparte de llamar la atención y de vender ejemplares (una de las razones principales de la existencia del periodismo), esta arriesgada maniobra de marketing viene a dar la razón a Warhol de un modo que podríamos llamar obsceno, en el sentido etimológico de la palabra. Ignoro si alguna vez Rolling Stone le ha dado una portada a villanos de alto voltaje, como Osama Bin Laden o Pablo Escobar, pero la operación Tsarnaev va mucho más allá, puesto que se trata de alguien a quien no conoce ni Dios, ni por sus hechos ni por su nombre. Ya es triste constatar que un vulgar mojabragas como Justin Bieber pueda usurpar una portada, por ejemplo, a Keith Jarrett, pero nada en comparación con que el asesinato puro y duro resulte más fascinante que la literatura, la música e incluso que la mera fuerza bruta de la publicidad. Cabe preguntarse también si le hubieran dedicado la portada a Tsarnaev de no haber tenido la jeta atontolinada de una estrella fugaz del pop, de ésas que duran tres semanas en las listas de éxitos.

No recuerdo quién dijo que vivíamos en una época en la que había más libros publicados sobre Jack el Destripador que sobre Abraham Lincoln. Tampoco está de más recordar que el principal polo de atracción de Capote sobre Warhol era A sangre fría, un libro que trataba del brutal y estúpido homicidio de una familia a manos de dos delincuentes en un pueblo perdido de Kansas. Qué le vamos a hacer, el mal siempre ha fabricado bestsellers desde los tiempos de la Biblia, que sería un libro aburridísimo sin ese asesino de masas llamado Jehová, con sus diluvios bestiales, sus Sodomas y sus Gomorras. Del asesinato considerado como una de las bellas artes, así escribió De Quincey el titular más inolvidable de la historia.

 

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