Punto de Fisión

Abortos hitlerianos

La publicidad es el arte de vender una moto a quien ni siquiera necesita una bicicleta. Desde aquellos rudimentarios anuncios de bolis Bic (con su machacona melodía grabada en los rodapiés de la memoria), el arte de vender motos se ha afinado hasta el punto de que hay vallas publicitarias plantadas en nuestro pasado como si fuesen cuadros o poemas, y hermosas películas de treinta segundos de las que ni siquiera recordamos no ya la marca sino el producto. Alguien dijo que la mayoría de los genios que en los años cincuenta se dedicaban a la física, en los sesenta se dedicaron a la lingüística y en los ochenta desembocaron en la publicidad. No sabemos qué puñetas hacen ahora pero pueden apostar lo que quieran a que no están ni en la economía ni en la política. Los genios trabajan en cosas serias.

Por el título elegido seguro que más de uno se pensaba que otra vez la habían liado los de Nuevas Generaciones. Pero no. Resulta que unos becarios han realizado un ensayo de anuncio de automóviles donde un Mercedes de última generación husmea por un poblado austríaco de principios del siglo XX, se detiene delante de unas niñas que juegan, atropella violentamente a un niño un poco hosco y se da a la fuga mientras la madre grita desgarradoramente: "¡Adolf, Adolf!" Adolf Hitler, por supuesto. El crimen se subsana con un slogan ciertamente posmoderno: "Mercedes, el único coche que detecta el peligro antes de que aparezca".

El poderío del relato se escuda en la ilusión, conmovedora pero falsa, de que la ruptura de un solo eslabón temporal puede provocar la irrupción de un porvenir alternativo. El tema está suficientemente trillado en la literatura de ciencia-ficción: el ejemplo más egregio tal vez sea El hombre en el castillo, de Philip K. Dick, novela que curiosamente también presenta una ucronía nazi. Sería hermoso suponer que al eliminar al pequeño Adolf, eliminamos también de un plumazo el bombardeo de Guernica, el pacto germano-soviético, la Segunda Guerra Mundial y los campos de exterminio. También, de paso, el vergonzoso vasallazgo de la casa Mercedes Benz a la causa del nazismo, estigma que comparte con otras muchas empresas de automóviles, bancos, refrescos y farmacéuticas. Los Mercedes no sólo no protagonizaron ningún atentado contra el Führer, sino que eran los vehículos favoritos para el transporte de ganado nazi. Hermann Göring, von Ribbentrop y el propio Hitler los usaron a menudo (hasta Franco, que se pirraba por los Mercedes, recibió uno como regalo personal de su colega alemán). El anuncio funciona como una de esas gomas de borrar que utilizaba a veces la Pantera Rosa para irlo borrando todo, incluido a sí misma.

Mucho más elegante, y también más eficaz, fue un anuncio de preservativos de hace dos o tres décadas en los que se veía a diversas parejas de ancianitos felices. Debajo de cada feliz pareja un cartel rezaba: "Los padres de Hitler". Y luego: "Los padres de Stalin". Y luego: "Los padres de Mussolini". Y al final: "Si ellos hubieran usado condones X". Ya que jugamos al anacronismo redentor de detectar el peligro ochenta años después de que aparezca, resulta más limpio un método contraceptivo que un asesinato selectivo a toro pasado. Incluso el aborto en esos casos hubiera sido mejor opción, aunque, claro, siempre habrá quien prefiera el asesinato. Este espacio, como todos los míos, no ha sido subvencionado ni por el whisky Ardbeg ni por el Partagás Short que tanto me ayudan en la inspiración. Ni siquiera por bolis Bic.

 

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