Punto de Fisión

Terremotos marca Fabra

Sentar a Fabra en el banquillo de los acusados y ponerse a temblar la tierra ha sido todo uno. Ya se sabía que intentar procesar a Fabra tiene sus riesgos. Por eso en Castellón se toman la justicia con mucha calma: diez años de prospecciones judiciales sólo para sentar un culo ante el juez. Pero al mover a Fabra de su lugar natural en la pirámide alimenticia por poco no se les desparraman las mareas.

Fabra en el banquillo es un oxímoron viviente. Y también una metonimia porque en Castellón la justicia no es ciega: es tuerta y lleva gafas oscuras. La filiación mafiosa fue apuntada tiempo atrás por el propio acusado, quien una vez contó cómo su padre le repitió palabra por palabra el consejo de Vito Corleone a su hijo Michael: "Manten cerca a tus amigos, pero más cerca a tus enemigos". Para prolongar las semejanzas con la saga, la semana pasada el empresario Vilar se desdijo de golpe de todas sus acusaciones: "Aquella denuncia fue fruto de mi cabreo con Fabra". El hombre parecía Frankie Pentangeli tragándose sus palabras con patatas al ver a su hermano recién desembarcado de Sicilia entrar en el tribunal con la boina todavía atornillada a la sien.

Entre hermanos, matrimonios, primos y hijos anda el juego. Castellón, por lo que se ve, es un gran negocio familiar y las familias unen mucho aunque también hay peleas. Vilar contó esa extraña peregrinación de los maletines yendo y viniendo por los despachos oficiales, provocando contratos y movimientos telúricos. Luego Fabra explicó que llevaba la contabilidad como si la provincia fuese una tienda de ultramarinos. Unas veces los ingresos los hacía el chófer, otros el escolta, otras el propio Fabra, depende de quién llevara el maletín ese día.

En el país de los ciegos el rey es Fabra. Hay una célebre frase mafiosa: "Que parezca un accidente". En Castellón, en efecto, la justicia parece un accidente, pero a cámara lenta y con moviola. Ha tardado tanto en reaccionar que la Audiencia, entre bostezo y bostezo, tuvo ocasión de declarar prescritos cuatro de los cinco delitos fiscales que le imputaban a Fabra, un hombre a quien le caducan las acusaciones como si fueran yogures. La verdad es que un proceso judicial que se alarga más de una década no es exactamente un caso de corrupción, sino más bien una beatificación. Al final es muy posible que lleven los papeles al Vaticano mientras a Fabra lo sacan a hombros del juzgado, incorrupto y mártir, entre erupciones y seísmos de alegría. Un poco más de suerte, la misma con la que siempre gana a la lotería, y Fabra puede hacer realidad el sueño de Lex Luthor en California: un terremoto resquebraja la costa de Castellón y el aeropuerto virgen de los nietos se le queda a huevo para inaugurar un club naútico.

 

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