Punto de Fisión

Justicia de cine

He leído, por recomendación de mi amigo Miguel Rubio Kallmeyer, una entrevista que le hicieron hace poco más de un año al fiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce, en la que habla de los valores que el cine proyecta sobre la vida. Torres-Dulce pone ejemplos preclaros de cine jurídico, entre ellos, Matar a un ruiseñor, de Mulligan, o Anatomía de un asesinato, de Preminger. Pero, aunque en los juzgados se encuentra como en casa, el territorio que verdaderamente le gusta es el western, un espacio físico que se extrapola a un universo moral; no por nada le dedicó un libro entero a John Ford.

Yo no sabría decir si la trama judicial de la infanta Cristina es cine jurídico o o es western (para mí que es western). Ni siquiera estoy seguro de si pertenece al ámbito de la ficción o al de la realidad. Nuestra Constitución tiene artículos, como aquel famoso que habla de la inimputabilidad esencial del monarca, que suenan a literatura fantástica, cuando no suenan a patada en el bajo vientre del diccionario, el derecho y el sentido común. La imputación de la infanta Cristina duró aproximadamente 24 horas, que es el tiempo que el fiscal Pedro Horrach tardó en desechar los argumentos del juez, a pesar de que el nombre de la infanta aparece en el consejo de administración de Nóos y está vinculado a cuentas corrientes nauseabundas. Pero con el novedoso argumento de que la infanta no sabe nada ni se entera de nada, Horrach inauguró una figura legal inédita en la judicatura: el fiscal defensor. Difícilmente podrían haber rodado la película porque esta historia no da ni para un anuncio de colonia.

Las declaraciones de Torres-Dulce acerca de que la Fiscalía no está dando un trato desigual a la infanta desafinan ruidosamente con estas otras que soltó un año atrás, cuando hablaba de cine: "Hay trabajos que conllevan no permitir que la presión se haga valer y los fiscales son personas que en un mundo turbulento deben mantener la mente clara a la hora de aplicar la ley". A lo mejor es que el trato desigual no es para la infanta, sino para el resto de los españoles. A lo mejor es que, como nos temíamos, el caso de la infanta no pertenece al cine jurídico sino al western. Y, como dice Torres-Dulce: "El western es ya tan historia como las óperas de Verdi".

Ocurre que el cine es muy bonito, sí, pero cuando la pantalla se apaga hay que salir a la calle, a la dura realidad trufada de banqueros, tesoreros, urdangarines e infantas. Yo, como casi todo el mundo, siempre quise ser John Wayne, aunque tampoco me importaría ser James Stewart, caminando con valor suicida e insensato hacia el revólver de Liberty Valance. Hasta me conformaría con ser aquel periodista borrachín al que le meten una paliza de muerte por meticón, e incluso tengo amigos ingenuos que se piensan que cada vez me voy pareciendo más, sobre todo en lo de borrachín. Pero al final, si va a decir verdad, me siento identificado en las arrobas de ese sheriff gordinflón que escapa por la puerta de atrás en cuanto oye el galope de los pistoleros, dejando sobre la mesa la estrella reluciente y un filete enfriándose.

 

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