Punto de Fisión

La rodilla de Soraya

En medio de una campaña electoral los políticos son capaces de hacer cualquier cosa. Por un puñado de votos van por ahí como locos estrechando manos de pobres, pegando abrazos indiscriminados y entrando en bares comunes y corrientes a tomar tapas. Los hay incluso que se arriesgan a bajar a las cavernosas profundidades del metro, donde no han puesto un pie en la vida, y algunos hasta se ponen a besar niños, sin importarles lágrimas ni babas. En las fotos, en las vallas publicitarias, los asesores de imagen intentan vender humanidad en el sentido positivo de la palabra, es decir, buen rollo, buenos sentimientos, alegría, comprensión, felicidad, inteligencia, lo cual, con la cara que traen de fábrica la mayoría de los políticos, es como intentar vender jamón de soja.

A Soraya Sáenz de Santamaría le pergeñaron una sesión fotográfica donde quisieron crear una liviana atmósfera de seducción, sugiriendo más que mostrando: una penumbra húmeda, una mirada insinuante y una rodilla al descubierto. Parecía, por la mirada picarona y la sonrisa entreabierta, que Soraya estuviera murmurando aquella frase de Mae West: "Cuando soy buena, soy buena, pero cuando soy mala, soy mejor". En efecto, era una foto que no engañaba a nadie.

La bondad de Soraya duró aproximadamente hasta la misa de doce; luego cayó la mantilla, se extendió la falda y el idilio prometido desembocó, como siempre, en matrimonio. Tontear con Soraya tenía sus riesgos, eso estaba cantado para cualquiera que tuviera ojos en la cara y orejas a ambos lados. La Lolita recostada de papel satianado se transformó en la Maja vestida del gobierno, y la Venus novicia y casquivana devino en Atenea vengativa y vicepresidenta. Muchos piensan que, para ser sinceros, hubiera sido mejor mostrar a Soraya de estricta gobernanta, enfundada en un mono de látex negro y ondeando en la mano un látigo de plomo. Grave error. La rodilla desnuda ya lo advertía bien claro. Soraya no enseñaba un muslo ni un escote, sino una rodilla contundente y convenientemente doblada, preparada para la acción. No prometía una caricia sino un rodillazo en los huevos.

La rodilla de Soraya anunciaba, por pura metonimia, el rodillo del PP chafando leyes, votaciones, hospitales, colegios, teatros, cines, sueldos, pensiones y prestaciones sociales. Soraya se sube a la tribuna de oradores y aplasta a rodillazos a los parados, el eslabón más débil de la cadena; claro que había que ser muy ingenuo para pensar que iba a emprenderla a golpes con los verdaderos ladrones: los banqueros, los peces gordos de su partido que cobraron sueldos en negro durante décadas. De todo ese enorme montón de defraudadores que, según ella, han delinquido, ni siquiera tuvo el detalle de acordarse, aunque fuese de pasada, del escándalo matemático de las trece fincas de Pedralbes. Es que las rodillas, además de golpear, también sirven para arrodillarse.

 

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