Punto de Fisión

Vota y sé sumiso

Al resucitar un código penal de mediados del pasado siglo, la justicia mariana ha establecido definitivamente la nostalgia como forma de gobierno. Probablemente no se trate más que de recaudar impuestos, pero la iniciativa de multar con 30.000 euros cualquier ofensa a España también indica una notable deriva metafísica. Esta gente que decía (y ahí no les faltaba razón) que no existen los derechos de los pueblos sino los de los individuos, ahora nos sale con que la nación no sólo tiene derechos, sino que también puede sentirse ofendida. Evidentemente, los que no tenían derechos eran los pueblos vasco, catalán, gallego y alrededores: el pueblo español los incluye a todos como los conjuntos a los subconjuntos en las pizarras de los padres salesianos.

Geométricamente, desde la punta de Finisterre hasta la deslumbrante valla de cuchillas de Melilla, España sigue siendo una unidad de destino en lo universal. No sabíamos que también es una señora cursi a la que le puede dar un soponcio cada vez que oiga un taco. Mariano y sus ministros filosóficos han cogido por las solapas a Claudio Sánchez-Albornoz y le han dado dos hostias bien dadas: ni enigma histórico ni leches. España es lo que a mí me salga del escroto, que para eso me han votado unos cuantos millones de españoles, casi tantos como lectores potenciales del libro de Belén Esteban. Luego han ido a por Ortega y Gasset y le han metido un buen repaso con ayuda de unos antidisturbios especialistas en fenomenología ilustrada. Lo de la España invertebrada se lo mete usted donde le quepa, don José. España está vertebradísima porque para eso estamos nosotros, para vertebrar lo que haga falta. Y no me salga con Darwin ni con la teoría de la evolución, que a España la hizo Dios el primer día de la creación, antes del cielo y de la tierra.

La calle era de Fraga y todavía lo sigue siendo. A los españoles nos la prestaron un rato para que jugáramos en la Puerta del Sol y en unas cuantas manifestaciones pero, como no supimos hacer nada de provecho, pues se la devolvieron a su dueño. Porque uno de los aspectos más curiosos de esta nueva legislación metafísica es que España no tiene nada que ver con los españoles. A nosotros pueden insultarnos, robarnos en nuestras narices, saquear nuestros ahorros para dárselos a la banca, quitarnos nuestros hospitales y colegios y luego ya, de postre, apalearnos impunemente. Rafael Hernando se puede ciscar tranquilamente en los hijos y nietos de las víctimas del franquismo con el mismo coste jurídico que si fuesen chinos, sudafricanos o rusos. Aunque seguramente, si fuesen chinos o rusos, se lo hubiera pensado dos veces antes de decir lo que dijo. Desengáñemonos: lo que defiende el status quo no es la porra de la policía ni la amenaza de multa ni la toga del juez. Es nuestra sumisión. No necesitamos las instrucciones del obispado para poner la otra mejilla: llevamos poniéndola desde Atapuerca. Sólo somos cincuenta millones de sombras de Rajoy. Por eso cada vez nos da más asco mirarnos al espejo.

 

 

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