Punto de Fisión

Tierra de conejos

Kissinger lo dijo en una frase memorable: "Son unos hijos de puta, de acuerdo, pero son nuestros hijos de puta". Podía haber dicho lo mismo de Billy el Niño y Jesús Muñecas pero se le adelantó Rocío López. El PP lo ha expresado con algo más de retórica en una Comisión de Justicia que ha hecho caer el Congreso de los Diputados más bajo de lo que haya caído nunca, y mira que era difícil. Los leones del Congreso, ambos tocados con casco de minero, tienen ya las zarpas llenas de mierda y las uñas desgastadas de tanto excavar capas geológicas.

Siempre sospechamos que el pollo estampado en la bandera franquista no era un águila, sino más bien un avestruz: cualquier día asoma por Nueva Zelanda de tanto esconder la cabeza. Así, jugando a las antípodas, es normal que luego vayamos a reclamar por los derechos humanos en Irán o en Corea del Norte, cuando aquí tenemos cientos de miles de familiares que siguen llorando a sus muertos sin una tumba, una zanja, un agujero que llevarse a las lágrimas.

En una sola secuencia de The Act of Killing, el espeluznante documental sobre las matanzas de opositores en Indonesia, se resume perfectamente la política del PP respecto a las cuentas pendientes del franquismo. Preguntan a uno de los viejos asesinos qué va a hacer si un día lo sientan ante el Tribunal de La Haya por crímenes contra la humanidad. El tipo, más tranquilo que un corrupto en Valencia, replica con este sofisma jurídico digno de las mentes más preclaras de Génova: "Un criminal de guerra es un concepto relativo. Son los vencedores los que deciden quién es un criminal de guerra y quién no. Y yo vencí".

Y eso es todo, amigos. Porque España fue el único país de Europa donde el fascismo triunfó a sus anchas y echó raíces, un lugar de extraordinaria placidez (como los cementerios, señor Mayor Oreja) donde durante cuatro décadas nadie estuvo a salvo de que lo detuvieran bajo cualquier pretexto, lo llevaran a los sótanos de una comisaría y nunca se volviera a saber de él. Una extensión rural de la Alemania nazi donde los modistos cambiaron el pardo por el azul y la sangre de los inocentes se limpiaba con agua bendita.

¿De verdad alguien con dos dedos de frente cree que los alemanes hubiesen hecho examen de conciencia de no haber perdido la guerra? ¿De verdad queda algún alma de cántaro que crea que los judíos todavía andarían buscando a carniceros del estilo de Billy el Niño y Jesús Muñecas si los amparase la sombra protectora de un estado legítimo? No hay que olvidar nunca que las leyes raciales, los campos de exterminio y las cámaras de gas no fueron el resultado de una locura homicida sino de un sistema jurídico perfectamente legal y sustentado en las urnas. Hitler, aquel macabro imitador de Charlot, fue un canciller elegido democráticamente que se equivocó en todo. Incluso en que su sueño atroz del Reich de los Mil Años iba a prosperar no en una reedición del imperio germánico sino en esta triste tierra de conejos.

 

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