Punto de Fisión

El horror de adoptar

Hace un par de días se informaba de la suspensión cautelar de tramitaciones para la adopción de huérfanos en Nigeria, un sintagma algo enrevesado para decir que la administración pública, una nutrida representación de los ministerios de Sanidad, Asuntos Exteriores y de las comunidades autónomas de Madrid, Castilla-La Mancha, País Vasco y Comunidad Valenciana, ha jodido el futuro de unos cincuenta niños nigerianos y de otras tantas familias españolas ansiosas por adoptarlos. Al parecer, la razón esgrimida por las autoridades es la corrupción que azota el país africano y la facilidad con que allí se consiguen documentos falsos. Cuando leí "corrupción" y "país africano" no supe muy bien a cuál de los dos países se estaban refiriendo.

Siempre me ha sorprendido la cantidad de requisitos que se solicitan para adoptar a un niño huérfano. Si el Estado requiriera la mitad de condicionales para parir y criar un niño propio, España se despoblaba en dos generaciones. Es lógico que la administración pretenda asegurar la calidad de vida que le espera a un chaval caído en medio de una familia ajena pero, más allá de ciertas exigencias económicas, legales y mentales, difícilmente se puede prever qué ocurrirá en un futuro próximo. El caso de Asunta, la niña china asesinada a pachas por sus padres, es un ejemplo extremo de lo que puede llegar a ocurrir si las cosas se tuercen, eso suponiendo, como supongo, que la feliz parejita pasó todas las pruebas y entrevistas con resultados óptimos. No quiero ni imaginar lo que hubieran soltado los órganos vocales de ciertos arzobispos y santones de la moral popular si en lugar de morir a manos de un matrimonio heterosexual, cristiano y bienpensante, Asunta hubiera muerto a manos, digamos, de una pareja de lesbianas ateas.

Ocurre que el Estado debería dejar de meter las narices en ciertos asuntos en los que, justo es reconocerlo, no sólo no tiene ninguna potestad sino tampoco la menor oportunidad de tenerla. Porque la adopción, al igual que la familia, es un asunto exclusivamente privado. Porque la verdad, aún en términos de pura probabilidad, es que esos cincuenta niños nigerianos tendrían más posibilidades de prosperar, vivir y ser felices en manos de cincuenta parejas heterosexuales u homosexuales, católicas o judías, musulmanas o agnósticas, madres solteras o padres solitarios, que abandonados a la buena de Dios a su triste destino de huérfanos africanos.

Por desgracia vivimos en un mundo es donde es mucho más fácil hacer el mal que el bien, donde saltarse la ley a la torera es mucho más sencillo y satisfactorio que cumplirla y donde ejercer la pederastia, el tráfico de órganos o el esclavismo infantil resulta un juego de niños comparado con el rompecabezas burocrático y los interminables trámites bizantinos que debe emprender cualquiera que inicie una adopción. Es devastador que hasta el Estado se ponga de parte de la segunda ley de la termodinámica.

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