Punto de Fisión

Otro avión perdido

Nos parece increíble que un Boeing 777 se esfume en pleno vuelo como si fuese una cuenta corriente de Bárcenas, pero ocurre que por lo general olvidamos que el mundo es un lugar inusitadamente grande. Cuando viajamos a Oslo o La Habana no percibimos la inmensidad de los espacios que hay entre uno y otro aeropuerto, creemos que el océano o las montañas allá abajo son sólo un intermedio. El hecho de que los medios de transporte y los de comunicación hayan achicado las distancias no es más que una manera de hablar, una pobre metáfora que expresa nuestra ansia de control y nuestra impotencia.

Aunque muchos crean que los exploradores han llegado a todas partes y que no hay rincón terráqueo donde no brille una lata de Coca-Cola, en realidad, en el planeta Tierra todavía quedan enormes áreas de tinieblas. Algunas de ellas, como la llanura antártica, nos son tan desconocidas como los desiertos de Marte. Cuando alguien pontifica que en el mundo no queda sitio donde el hombre no haya plantado el pie, es casi seguro que pontifica en pantuflas. En el posible arco de vuelo del avión perdido hay, sin contar el mar, del Pamir al Himalaya, un montón de desiertos ignotos y de cordilleras apenas exploradas. Los montañeros que repiten una y otra vez la matraca de los catorce ochomiles pasan por alto (nunca mejor dicho) el desafío de que aún restan un montón de sietemiles vírgenes por escalar, algunos de ellos ni siquiera bautizados.

Australia, el país que ha detectado dos posibles restos del avión flotando en el Índico, es la isla más gorda del globo terráqueo y aun así los europeos la descubrieron hace apenas cuatro siglos, ayer como quien dice. Un antepasado mío, un tal Torres, acertó a pasar entre Nueva Guinea y la Península de Cape York, con tan buen ojo que no vio ni Indonesia arriba ni Australia abajo. Eso que se perdió el imperio español, pero lo que en el mapa parece, como dijo Bill Bryson, "el equivalente naútico a enhebrar una aguja", en el océano ocupa más de doscientos kilómetros de olas. El mismo Bryson cuenta en su hilarante libro de viajes sobre Australia que una vez un grupo terrorista japonés hizo estallar un artefacto atómico en un lugar perdido del gran desierto australiano y durante meses nadie tuvo noticia de la explosión ni del hongo. Los sismógrafos locales registraron un temblor y los científicos pensaron que se trataba de un pequeño seísmo.

No hay que achacar a la impericia o al descuido la pérdida del Boeing 777. Que es, por otra parte, sólo uno más de los casi noventa aparatos que han desaparecido desde 1948 sin dejar el menor rastro. Ocurre que el mundo es demasiado grande y que el hombre se cree demasiado listo. Todavía recuerdo la guía de Indonesia de la editorial Moon, un tocho formidable y tan exhaustivo que estaba terminantemente prohibido por la dictadura de Suharto. Su autor, Bill Dalton, se excusaba diciendo que personalmente sólo había visitado cien de las 18.000 islas del mayor archipiélago terrestre, aunque de ellas únicamente unas 6.000 están habitadas. Cuando un viajero presume de conocer el mundo de arriba abajo sólo porque tienen el pasaporte como el brazo de un motero, siempre hay que preguntarle cuántas islas de Indonesia conoce. Con mucha suerte, dirá que diez o doce. Pero si quiere poner el pie en todas ellas, dedicando (qué menos) un día a cada isla con nativos dentro, habrá que desearle mucho ánimo y quince años libres por delante.

 

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