Punto de Fisión

El fútbol los junta

Una vez le comenté a un editor la posibilidad de escribir una novela negra con una trama criminal ambientada en el mundo del fútbol. Todo giraría en torno a un gángster metido a presidente de un importante club con una fortuna inmensa amasada en turbios negocios inmobiliarios, un oscuro pasado repleto de cadáveres, fichajes bajo cuerda, amaños judiciales, pelotazos con políticos locales, y todo así. El héroe sería un periodista capaz de atravesar la mierda impenetrable del dinero sucio como un delantero a trancas y barrancas contra una defensa de pelotaris homicidas y ceñudos centrales con guadañas atadas a las botas.

El editor se me quedó observando con algo parecido a la lástima y me preguntó si no prefería escribir una novela sobre narcos colombianos, cárteles mexicanos, asesinos de la CIA, suicidas de Hezbolá y sicarios de la Yakuza. Ya puestos, añadió, él sacaba el revólver que guardaba en la mesa del despacho, dejábamos dos balas y nos poníamos a jugar a la ruleta rusa. Teníamos muchas más probabilidades de salir indemnes. Hice un gesto de no comprender bien y me dijo ahogando un bostezo: "Mira, hay tres razones por las que no voy a publicarte ese libro. La primera es que vas a acabar en un hoyo en cuanto empieces a documentarte y nadie volverá a saber de ti nunca. La segunda es que los libros con tema futbolístico no le interesan a nadie. Una vez Raúl publicó una autobiografía y no la leyó ni él. La tercera es que yo sólo publico ficción".

Acaba de salir a la luz la noticia de que dos ex presidentes del Valencia están metidos en una historia de intento de secuestro, pagarés falsos y deudas millonarias que da para rellenar dos temporadas de Los Soprano. Cómo estará el patio que un periodista le preguntó a la salida de la Ciudad de la Justicia a Juan Soler: "¿Quería usted matar a Vicente Soriano?" Así, para ir abriendo boca en la entrevista y luego pasar a preguntas más serias. De un paraíso antaño conocido por sus naranjas, sus playas y albuferas, Valencia ha pasado a ser la tierra del Gürtel y la chufa, de Camps y Barberá, de los circuitos de Fórmula 1 y las cruzadas del Papa.

Madrid y Barcelona no le van a la zaga. El estandarte blaugrana del indepentismo se dedica sin el menor pudor a la pedofilia deportiva, por no hablar de los tiovivos fiscales de sus dos glorias sudamericanas, Neymar y Messi, que últimamente hacen más regates dentro de los juzgados que fuera de ellos. Del Madrid ya se ha escrito más de un libro sobre la trayectoria estelar de Florentino Pérez, pero podría escribirse una enciclopedia en varios tomos únicamente sobre los extraños acuerdos urbanísticos entre el amo del Bernabeú y el ex alcalde Gallardón, actual justiciero del reino. En las cuentas de ambos equipos hay tal cantidad de ceros sin cuadrar como para que Stephen Hawking se ponga a revisar la teoría de los agujeros negros y la cambie por una en números rojos.

Bajando hacia Sevilla, únicamente cuatro presidentes de primera (Athletic, Betis, Málaga y Osasuna) se desmarcaron de la petición de indulto para José María del Nido; los demás amenazaron incluso con iniciar una huelga de hambre (exclusivamente de centollos), pero la cosa se quedó en amenaza, por desgracia para los centollos. Aun así, el Tribunal Supremo desechó el cargo de fraude y rebajó la sentencia en seis meses. Sobre el otro ex presidente presidiario de la capital andaluza, el inefable Manuel Ruiz de Lopera, escribió un monólogo alucinante el poeta Antonio Hernández en uno de los escasos libros sobre fútbol que honrarían cualquier biblioteca: La marcha verde. No se leía nada igual desde que Lope de Aguirre arrasó el Amazonas. Creo que Antonio Hernández cojea desde entonces, pero ya sólo el título del cuento es una obra maestra de cómo sortear la censura, la lesión de rodilla y las balas perdidas: "El hombre que creía ser Lopera".

 

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