Punto de Fisión

Sic semper tyrannis

A los dos días del asesinato de Isabel Carrasco apareció, en las inmediaciones del puente donde había tenido lugar el tiroteo, una pintada celebrando el crimen. "Aquí murió un bicho" es la versión leonesa del Sic semper tyrannis, que recitó apresuradamente el sudista John Wilkes Booth cuando se arrojó a las tablas del teatro después de matar a Lincoln. "Así siempre a los tiranos". Con diversas heridas sufridas tras la caída, Booth recurrió al latín para darle a su magnicidio un aire clásico. La perversión malsana y el indudable mal gusto de quien festeja la muerte de un semejante, por repugnante que nos parezca su paso por la tierra, revelan demasiadas cosas de las tenebrosas acequias por donde pulula el alma humana.

Recuerdo la entrevista a un viejo combatiente anarquista que se negó a brindar con champán por la muerte de Franco. Decía que la muerte de aquel dictador cenizo y eterno no le entristecía especialmente pero que tampoco se alegraba por ella. Que el franquismo hubiera acabado sus días en una cama, a causa de la enfermedad y la vejez, significaba un triunfo de la naturaleza, no de la justicia. Era, en todos los sentidos, una derrota absoluta. Por eso, brindar con champán por una muerte, aunque fuese la de Franco, le parecía que era ponerse del lado de la muerte en lugar del lado de la vida. "Para muerte ya tuvimos bastante con su vida" concluyó en una hábil paradoja zen que amasaba a Schonpenhauer con Nietzsche.

Pero no todo el mundo tiene la grandeza de espíritu de aquel viejo discípulo de Bakunin. Al fin y al cabo, la burda pintada leonesa no era más que la coagulación en spray de una serie de comentarios, rumores y maledicencias que corrían ya por toda la provincia de corro en corro y de taberna en taberna. El desahogo verbal de una ciudadanía harta de los desmanes y abusos de poder de una mujer que había acumulado trece cetros en su mano. Y, por lo que apuntan las investigaciones, entre los móviles del crimen no se escondía otra cosa que la venganza, alimentada durante años, por una de las muchas arbitrariedades con que la todopoderosa presidenta aplastó a una de sus víctimas. Sic semper tyrannis.

El poder corrompe. El poder absoluto corrompe absolutamente. Tanto que su pestilencia degrada no sólo al asesino y a la víctima, sino también a los espectadores, al pueblo, a la clase política y a la caverna mediática que de inmediato se lanzó a descuartizar el cadáver. Según algunos de sus conocidos, Triana Martínez y su madre, Montserrat González, en los últimos años ya sólo hablaban de Isabel Carrasco, de los trabajos que la hija había perdido por culpa de su influencia, de la infamia a la que había reducido sus vidas. Las dos vivían anticipadamente en el crimen, una ilustración a dúo de ese principio que dice que el rencor no es más que tomar veneno y esperar que se muera otro. Al final, hartas de esperar, con ayuda de una pistola, pasaron de las palabras a los hechos: un crimen político, de acuerdo, pero únicamente si convenimos en que la política ya no puede caer más bajo.

 

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