Punto de Fisión

Breaking bad Rubalcaba

La noticia no es que Rubalcaba se va; la noticia es que estaba. A Rubalcaba siempre le ha sentado mal el protagonismo, el bronceado inmisericorde de los focos, la primera plana. Él es un hombre de aparato, de retaguardia, más consigliere que padrino y más Merlín que Lanzarote. Colocarlo en primera fila, dándole cuerda y dejándolo a merced de la intemperie, fue uno de los tantos errores de José Luis al descojonar de arriba abajo el mecano del PSOE, algo que la derecha nunca le agradecerá bastante. Cuando Mariano, Cospedal, Soraya y Montoro hablan de la herencia de Zapatero, básicamente se refieren a Rubalcaba.

Como los champiñones y los vampiros de la vieja escuela, Rubalcaba se crece en las sombras, pero a la luz del sol su encanto desaparece. Tras el debate de Cañete con Elena Valenciano, le dio por remachar el machismo de Cañete, basando toda la campaña en que Elena no tiene barba. Una estrategia redundante además de fallida, porque todo el mundo conoce a Cañete por sus salidas de pata de banco. Es más, sus fans le votan por eso y todavía tiene un montón, como han demostrado las urnas. El machismo irredento de Cañete no daba más que para una frase, una gracia de twitter, una columna en el mejor de los casos. No se podía exprimir tanto como para elevar a Valenciano en una hornacina y proclamar: "Votadla, que no es Cañete". No ser Cañete tampoco tiene mucho mérito. Al final, en las elecciones europeas ha contado más la lucha de clases que la lucha de sexos. Con tanto insistir en las diferencias entre el PP y el PSOE, la gente se ha mosqueado y ha empezado a notar el parecido.

Aplicada a Rubalcaba, la prueba del carbono 14 asegura que pertenece a una época en que el PSOE conservaba intactas todas sus siglas. Primero perdió la O, luego la S; la E no iba a tardar mucho. Por eso en los últimos tiempos Rubalcaba se aferró a la P y en eso ha quedado una formación política que en tiempos era la única esperanza de este país: Partido. Breaking Bad. Una tabla periódica sin ideología y sin moral, descomponiéndose en sus elementos fundamentales. Rubalcaba es químico, al igual que Walter White, y, al igual que Walter White, se le ha ido el negocio al garete.

Con alguien tan sumamente resbaladizo tenía que ocurrir que la noticia donde su nombre copara todas las portadas fuese precisamente la de su ausencia. Rubalcaba es como esos invitados que brillan más cuando se marcha que cuando está: por eso ha hecho una oposición lo más callada posible. Con la de patinazos, trolas, desmanes y salvajadas que ha perpetrado este gobierno, cualquier otro político hubiese hecho embutidos, pero Rubalcaba ha preferido callarse y no abusar. Sobre todo, que no se note: ése es su lema. Mientras Mariano desguazaba el país hasta los ejes, él trabajaba en su laboratorio de Génova investigando la fórmula de la invisibilidad. De hecho, ya había conseguido lo más difícil al convertirse en el primer jefe de oposición invisible de la democracia española. Pero todo tiene un precio: cuando ya había desparecido del todo ahora tiene que salir a explicar por qué no se le veía. Que pase el siguiente.

 

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