Punto de Fisión

Cooperantes de sí mismos

Una vez, hace ya muchos años, un señor del barrio me preguntó si me animaba a colaborar en un proyecto humanitario, el cual consistía en ir de puerta en puerta ofreciendo un calendario patrocinado por una fundación de ayuda a niños con síndrome de Down. Cuando pregunté cómo se haría el reparto de las ganancias, el señor escarbó en los dientes con un palillo, tosió discretamente y explicó: "Vamos a ver, el calendario cuesta cien pesetas. Por cada uno que vendas, cuarenta van para la imprenta, cuarenta para la fundación, quince para mí, cuatro y pico para ti, y el resto para los tonticos".

Un reparto equitativo, como se ve. Era un negocio visionario, pero el promotor todavía no había ampliado suficiente la perspectiva. Cuando, en unas pocas décadas, se cambiara lo de ir llamando de puerta en puerta por lo de ir pidiendo de catástrofe en catástrofe, recogiendo los frutos de la caridad, la buena fe y la mala conciencia, entonces aquellas cien pesetas podían estirarse mucho. En 2008 la Fundación Cyes recibió un millón seiscientos mil euros para dos proyectos humanitarios en Nicaragua, pero al final, entre unas cosas y otras, a Nicaragua sólo llegaron 43.000 euros mientras el resto se quedaba por ahí, alicatando inmuebles en Valencia.

Rafael Blasco, ex conseller de siete carteras de la Generalitat, ex diputado del PP y ex amiguito de Camps, ha sido condenado a ocho años de prisión y veinte de inhabilitación junto a un empresario que responde al latino e imperioso nombre de Augusto César Tauroni. Tauroni y Blasco eran los dos de Alzira, un compadreo que extendieron primero a Valencia, y luego ya hasta Nicaragua. Cuando le interrogaron sobre las evidencias que lo incriminaban, Blasco se defendió, como buen político, tirando de currículum: "Yo no sé ni mandar correos electrónicos, señoría". Por no saber, ni sabía dónde estaba Nicaragua en el mapa, que lo engañaron diciéndole que era un barrio de Valencia y lo compró enterito.

En las primeras declaraciones, en efecto, Blasco se excusó diciendo que él no se enteraba de nada de lo que hacían sus subordinados ni de lo que sucedía en la consellería de Solidaridad. ¿Solidaridad? Pero ¿eso no es un sindicato polaco? ¿No lo llevaba un electricista con bigotes? La culpa era de esos malditos funcionarios, que no paraban de cooperar, porque él ni conocía a Augusto César Tauroni, ni a César Augusto, y ni siquiera había oído hablar de Yo Claudio. Después, a medida que avanzaba el juicio y los testigos declaraban, Tauroni y Blasco se fueron conociendo más y más hasta el punto de que descubrieron haber comido juntos más de una vez en casa de uno de ellos. El juicio debió ponerse muy emotivo al saberse que no sólo habían compartido el mismo almuerzo sino que ambos eran del mismo pueblo: "¡Blasco!" "¡Tauroni!" "¡No me digas que!" "Sí que te digo!" "¡Venga un abrazo!" Es lo bonito de la cooperación, que hace milagros. Poco a poco, Blasco fue recuperando la memoria hasta el punto de utilizar la denominación de origen como eximente: "Somos de Alzira, señoría, qué quiere que le diga". Hay pueblos que son motivo de orgullo, pero Alzira, en el monumento que le van a dedicar a estos dos ilustres hijos, va a quedar como motivo de amnesia.

 

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