Punto de Fisión

La infanta Botín

Botín se libró de una condena segura gracias a un fabuloso potaje jurásico que el Pleno de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo cocinó a marchas forzadas para ayudar al más todopoderoso banquero del reino. Los abogados defensores, los fiscales y los jueces trabajaron día y noche, como los cocineros de MasterChef, para establecer una doctrina jurídica técnicamente ridícula pero que para el lego podría resumirse así: no sentarás a Botín en el banquillo. Desde que la sentencia se hizo pública, los juristas de todo el mundo comprobaron, una vez más, que la jurisprudencia española sienta sus raíces en los grimorios medievales, los manuales de la Santa Inquisición y las tablillas de Atapuerca.

Con la aplicación de la doctrina Botín, quedó establecida de nuevo la diferencia entre lo imposible y lo inverosímil. No se veía nada parecido desde que Gandalf regresó mil páginas después de que cayera a un precipicio. George R. R. Martin y J. K. Rowling protestaron porque los lectores los iban a linchar si alguna vez se les ocurría sacarse de la manga un recurso narrativo semejante para resolver una situación límite. Harry Potter podía volar e incluso criar dragones en los sobacos pero no subvertir las leyes de la Física, la Química y el Derecho Romano. Claro que nunca acabaron de entender que una cosa era un niño tonto metido a mago y otra un banquero español, o sea, omnipotente. Vas a comparar el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería con el Tribunal Supremo. Al final Borges vuelve a tener razón: el realismo es una rama menor de la literatura fantástica.

Los abogados defensores y los fiscales defensores de la infanta Cristina se encuentran ahora ante la dificultad de intentar aplicar la doctrina Botín a la infanta. De momento, hay dos obstáculos principales: uno, que Botín está muerto; dos, que la infanta Cristina no es Botín ni de lejos. El primer inconveniente no parece muy difícil de solventar, teniendo en cuenta que la historia de España ya cuenta con gloriosos precedentes de caudillos que ganaban batallas después de muertos: el Cid, Nino Bravo, Francisco Franco. El segundo corresponde solventarlo a los jueces, que ya deben estar consultando a Chicote para ver cuál es el mejor modo de cambiar la receta de un espeso guisote bancario por la de una ensalada monárquica y que todo el mundo trague.

Recurrir a la doctrina Botín para aplicarla a la infanta es un juego de magia similar al de introducir a una mujer en una caja y luego serrarla en dos o tres partes. Los grandes magos, al estilo de David Copperfield, cogen luego cada uno de los trozos y se lo llevan a distintas ubicaciones del escenario, con lo que el público, asombrado, ve cómo la mujer mueve una mano a la izquierda mientras sonríe con la cabeza cortada a la derecha. Todo es un truco de espejos, como la argumentación de la fiscalía, que está intentando que las cuchillas de la Justicia respeten la integridad de la infanta mientras rebanan los cuellos de Urdangarín, Diego Torres y su mujer. En realidad, donde la fiscalía ha introducido a la infanta es en una isla cuántica de invulnerabilidad en la que se produce la misma paradoja que la que atormentaba al gato de Schrödinger antes de abrir la caja: la infanta es Cristina y Botín a la vez. Sólo es una teoría pero, al paso que vamos, lo más probable es que al abrir la caja salga cantando la Pantoja.

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