Punto de Fisión

Aerolíneas papales

El papa Francisco tiene la santa costumbre de disertar sobre lo divino y lo humano en pleno vuelo, al estilo de un azafato del más allá ataviado con un uniforme de blanco deslumbrante. Bien mirada, la tarea del sacerdocio no es muy distinta a la del auxiliar de vuelo: tranquilizar al personal, ofrecerle consuelo y dar galletitas a horas fijas. Elena, una buena amiga que trabaja en Iberia desde hace mucho, me contaba que en su profesión al pasaje lo llaman ganado y que una de las primeras cosas que hacen las azafatas al pasar entre las filas es ir contando cabezas, dos prácticas que conectan directamente con la metáfora cristiana del rebaño y con la mirada experta del cura desde el púlpito, que de un solo vistazo contabiliza cuántas ovejas se han saltado la misa. A ver si lo del reino de los cielos también va a ser otra metáfora aérea.

Desde que un atentado obligó a Juan Pablo II a blindar el Papamóvil, el auto donde el Sumo Pontífice va saludando como una urna con un voto en blanco, la tecnología se ha instaurado definitivamente en el Vaticano. Otros papas publican enciclícas, pero de momento Bergoglio se dedica a las instrucciones de vuelo. Wotjyla también era muy aficionado a los aviones y nada más bajarse de la escalerilla se lanzaba en plancha a besar la pista de aterrizaje, un hábito que le costó su puesto en una tertulia radiofónica a mi compadre Montero Glez cuando definió con precisión quirúrgica al pontífice polaco como un "besasuelos travestido".

El papa argentino, para hacer gala del tópico, se dedica básicamente a hacer de argentino, el típico argentino de los chistes, que opina de todo y que, como aquella malévola definición de Ambrose Bierce, incluso podría aprender a callar. Francisco opina a veces hacia la derecha y otras hacia la izquierda, según le dé el jet lag. La última aeroencíclica que ha soltado versaba sobre la irresponsabilidad de esas gentes que se ponen a parir hijos como conejos y que confunden la fe con la obstetricia. Parecía que estuviera tirando de las orejas a toda la congregación del Opus Dei y, si el vuelo llega a ser un poco más largo, lo mismo se marca una parodia de aquel número cómico de los Monty Python en que un obrero católico llega a su barrio y lo van saludando docenas, centenares de niños que son todos hijos suyos; abre la puerta de casa, se encuentra a la mujer lavando los platos y entonces ella, tal vez de la alegría, ahí mismo deja caer otra criatura recién parida al suelo de la cocina.

La penúltima aeroencíclica, en cambio, fue una vindicación de la violencia religiosa en general y de la yihadista en particular, cuando afirmó que "no se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás". Y añadió a modo de parabóla: "Si el doctor Gasbarri, que es un gran amigo, dice una grosería contra mi mamá, le espera un puñetazo". Una curiosa ampliación del concepto de poner la otra mejilla, en este caso la mejilla de Gasbarri, y de justificar los asesinatos de unos caricaturistas por haber ofendido a su santa madre islámica. Yo, que acabo de volver de un vuelo de catorce horas, me he tenido que conformar con un monje budista ante el que las azafatas de la Thai se arrodillaban para pedirle la bendición. La Thai es la mejor aerolínea en la que he volado jamás pero la verdad, hubiera preferido un papa argentino pegando la chapa sobre el cambio climático, la lactancia, el fútbol o los métodos anticonceptivos. Cada avión debería contar con un papa por lo menos, para que el tiempo pase volando.

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