Punto de Fisión

El PP se desmelena

El PP va camino de reventar de éxito, desintegrado en plena gloria, igual que una de esas estrellas de cine que un día aparece flotando bocabajo en la piscina porque se empeñó en esnifar las rayas blancas del fondo. Su desenfrenada carrera hacia el exceso viene avalada por William Blake y por esos glotones de circo que empiezan desayunando un oso frito y acaban cenándose un pie. No hay día en Génova que no amanezca con un escándalo, una corruptela o una mierda haciendo el pino, pero la estrategia consiste en correr más que el propio hedor. La ley de la inercia los sostiene y ellos hacen como que no se han dado cuenta, al estilo del Coyote, que llevaba medio kilómetro pataleando sobre el aire, rebasada ya la última punta del precipicio, y no caía hasta el momento en que se le ocurría echar un vistazo allá abajo. Por eso es mejor no mirar.

Si no fuese porque casi todos son del régimen (de Dukan), los periódicos deberían inaugurar una nueva sección, a medio camino entre Nacional, Sucesos y Deportes, y llamarla Palangana Porquería, Pestazo a Podredumbre o cualquier cosa con PP. En el momento en que usted está leyendo esto seguro que ya ha saltado otra trampa para ratas, pero a última hora del domingo todavía humeaban los 22.000 euros diarios que cuesta mantener el aeropuerto de Murcia operativo para que den sombra las nubes y el himno valenciano de Alfonso Rus, al que hace ocho años grabaron contando dinero en un coche junto a su hombre de confianza, Marcos Benavent. Después de ir cantando números como los niños de San Ildefonso ("tres mil, cuatro mil, cinco mil, seis mil euuurooooos, doooceee milloooooneeees de peseeeeetaaaaas"), aparece un tal Pepe que le aconseja al presidente de la Diputación valenciana que no trabaje tanto, que se va a herniar. Alberto Fabra le ha aconsejado que dimita pero Mariano igual le da la medalla de oro al Mérito en el Trabajo antes de quitársela a Nadal.

El espontáneo, claro está, tenía que llamarse Pepe, es decir PP, toda una metáfora del votante popular, el gran hallazgo propagandístico de un partido al que más de media España va a seguir votando por las mismas cordiales razones que un forofo es del Betis, del Logroñés o del Madrid. Los cerebros genoveses saben de sobra que su único escape en esta peli porno es la huida hacia delante, sacar más tetas, más bragas sucias, acelerar a tumba abierta como el Torete, ir elevando el volumen hasta que sangren los tímpanos y se derrumbe la discoteca, una estrategia cada vez más difícil tras las defenestraciones públicas de Matas, Bárcenas y Rato. Después de echar a la calle a ancianos, de desahuciar matrimonios con niños discapacitados y de negar la ayuda médica a enfermos graves, los recursos argumentales se les van agotando casi al mismo ritmo que los mandamientos. Por eso, si siguen subiendo las apuestas, no les va a quedar más remedio que empezar a matar niños huérfanos y a comérselos, crudos o cocidos, pero da igual, siempre habrá incombustibles que les voten.

Desengañémonos, el éxito del PP es su descaro a prueba de gurteles, de púnicas, de grabaciones mafiosas, de finiquitos en diferido y de mensajes de apoyo a delincuentes. La gente los adora en bloque por lo mismo que adoran a Jota Erre, porque saben que nunca les va a decepcionar. Hay mendigos que llevan viviendo años en la calle, centrifugados por la miseria, y que aun votarían por la marquesa si les dejaran empadronarse en un banco del parque. Aun cuando le pegaron un tiro en el pecho, Jota Erre resucitó décadas después. Más vale PP conocido que PP por conocer.

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