Punto de Fisión

La chusma y la casta

La otra noche, mientras íbamos de camino a una cena, un buen amigo comentó el miedo que le inspiraban las pintas de algunos alcaldes y concejales recién desembarcados en los ayuntamientos españoles. Vamos, que él veía a esos mismos tipos y tipas en una calle a las doce de la noche en un callejón en lugar de a mediodía en un pleno del ayuntamiento y les entrega hasta el libro de familia. Las barbas de tres días, los piercing y tatuajes, las camisas desabrochadas, las playeras, la ropa cómoda inspiran incertidumbre, acostumbrados como estamos a las corbatas, los gemelos, las faldas plisadas y las torres de laca. Por no mencionar mantillas y peinetas.

En un fabuloso alarde de análisis político, Inés Ballester le preguntó a Paloma Gómez Borrero si Pablo Iglesias olía bien, más que nada por aquello de la coleta, como si el líder de Podemos se dedicara a marcar territorio ideológico a base de meadas: "Hasta aquí la izquierda y, de aquí para allá, el abismo". "Yo le hubiera puesto más elegante" respondió Gómez Borrero. "Si se pusiera, no digo limpito, porque está limpito, sino más vistoso, más elegante..." A lo mejor quería afeitarlo, ponerle una casulla a juego con el apellido y llevárselo al Vaticano.

Más allá de la indignación reciclada, el desodorante ético y las ideas polémicas, lo que distingue a esta nueva izquierda son las pintas, esa apariencia de universitarios haciendo botellón en el césped, entre porros y litronas. Algunos tertulianos de guardia todavía no se atreven, pero el sustantivo que están rumiando para oponer al exitoso descubrimiento semántico de "la casta" (que ha agrupado a la clase política española en un solo rebaño abúlico al hierro de las ganaderías) es el de "la chusma". No hace falta leer a Marx ni a Hayek para descubrir la diferencia entre un concejal en alpargatas con un pendiente en la oreja y un ministro del Opus repartiendo medallas a la Virgen con una mano y pelotas de goma a los bañistas imprudentes con la otra. Basta con hojear el Telva, el Hola o una hoja parroquial.

El pulso establecido entre nuestro transilvano ministro de Hacienda y el nuevo alcalde de Cádiz a propósito de la financiación pública de las ayudas a familias sin recursos no se mide en términos de disputa política sino de modelo de gafa. No es una cuestión de números sino de dioptrías. Para los analistas proclives a la miopía moral podíamos establecer un baremo olfativo según el modelo proclamado por Inés Ballester, es decir, pregúntese usted a cuál de estos dos personajes, Kichi o Montoro, le olerá más rancio el sobaco. Puede que yo haya vivido demasiados años en Simancas, mimetizado entre las clases bajas, y puede que haya hecho muchas pellas en el césped de la Autónoma, pero no hace falta un doctorado en cosmética para concluir que los ladrones más chungos y peligrosos, los que han destrozado la Educación, desguazado la Sanidad y desvalijado metódicamente durante décadas las arcas del estado para transplantarlas en la banca suiza, gastan corbata, gomina, rosario, misal y laca, mucha laca.

 

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