Punto de Fisión

Ventajas de la Ley Mordaza

Después del sado con pelotas de goma y el fist-fucking con porras de policía, tenía que llegar el bondage de la llamada Ley Mordaza, la escena culmen de ese atropello a la libertad de expresión con el que el PP lleva soñando desde que la gaviota era huevo (el huevo derecho del Caudillo, para ser exactos). Al fin Mariano ha encerrado a la libertad de expresión en una habitación para bailar con ella el último tango en Madrid sin mantequilla. Sin embargo, igual que a Marlon Brando al final le salía el tiro por la culata, la Ley Mordaza podría acabar siendo la mayor contribución del PP a la cultura en cuatro años, si exceptuamos la boda entre Ignacio Wert y su brazo derecho, Montserrat Gomendio, que los apartó a los dos del ministerio.

Las amenazas nunca arruinaron una voz auténtica, si acaso la hicieron entonar mejor y afinar el diccionario. Porque un escritor sabe que el poder, por benévolo que sea, siempre intentará acallarlo, domesticarlo, silenciarlo; por eso, cuanto más pronto se saque la careta, antes empezará la partida. Es mucho mejor la orden directa que la insinuación, el tijeretazo que la colleja. Desde su destierro en la Torre de Juan Abad, Quevedo escribió en su famosa Epístola al Conde Duque de Olivares: "No he de callar por más que con el dedo,/ ya tocando la boca, ya la frente,/ silencio avises o amenaces miedo". Igual que esos canarios que rompen a cantar cuando el criador les pincha los ojos y los deja ciegos.

En el prólogo a su gran poemario Requiem, Ana Ajmátova cuenta cómo un día de 1935, en la cola de espera frente a la cárcel de Leningrado, se encontró a una mujer que, como tantas otras, llevaba horas soportando el frío para entregar un paquete a los prisioneros. El momento en que llegaban hasta la mesa de los carceleros era terrible: si el paquete no era aceptado, significaba que el destinatario del paquete ya había dejado de existir. La mujer la reconoció y le preguntó en un susurro: "¿Y usted puede escribir sobre esto?" "Sí, puedo" dijo Ajmátova. "Y entonces una sonrisa se deslizó por lo que alguna vez había sido su rostro".

Milan Kundera escribió que la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido. Es una guerra antigua, que empezó con dibujos en las paredes de las cuevas, siguió con manuscritos y papiros, y continúa ahora por internet en las ramificaciones e hidras de la sátira. Platón ya advirtió sobre los peligros de la poesía y siglos después Fulvia exhibió la cabeza cortada de Cicerón antes de atravesar con sus horquillas de oro aquella lengua sagrada. La mezquina venganza de la aristócrata romana no consiguió otra cosa más que la Historia la recordase como la zorra megalómana que fue. Hoy Fulvia no existe más que en unas líneas despectivas de Plutarco, en un epigrama de Octavio citado por Marcial y en unas cuantas invectivas de las Filípicas ciceronianas. Demasiado tal vez. Unos cuantos chistes, anónimos o no, son probablemente la única inmortalidad que va a conseguir Mariano.

 

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