Punto de Fisión

El calor objetivo

Madrid siempre ha sido la sucursal castiza de Macondo, una urbe donde se tira sin llover tres meses seguidos y de repente cae chaparrón mitológico. Sin embargo, ventitantos días con los termómetros disparados, intentando dormir bajo el soplo del ventilador, no los recordaba aquí nadie, ni siquiera el primo de Mariano. La canícula ya se vive como una afrenta personal, una especie de posesión demoníaca en que cualquiera de estas madrugadas a más de treinta grados la gente va a bajar a la calle con hachas y cuchillos dispuesta a matarse. Hace ya varios días que no paro de darle vueltas a aquel relato alucinante de W. F. Harvey, August Heat, en que un dibujante y un marmolista se ven atrapados en el maleficio de un día tórrido. Sobre todo, saboreo como un helado la última frase, la que dice: "Un calor como para volver loco a cualquiera".

En efecto, el calor es una sensación subjetiva, por eso mismo ningún vecino se atreve a comentar, cuando se cruza conmigo en el ascensor: "Qué buen tiempo hace". Estos días la estúpida afirmación de que "en verano siempre hace calor" podría tomarse como una invitación al asesinato. Porque, sensaciones subjetivas aparte, un pico de 37º en Kolyma (uno de los peores gulags siberianos, un lugar donde en verano la temperatura rara vez llega a los cero grados y en invierno llegan a alcanzarse incluso los 60º bajo cero) es no sólo un hecho objetivo y un record sino una señal de alarma. Llega a hacer este mismo julio en 1938 y Stalin, en vez de un matadero con cámara frigorífica incorporada, tiene que montar un Aquapark.

Aun así, los negacionistas del cambio climático siguen erre que erre. No importa nada que los glaciólogos expliquen el brutal retroceso de los hielos antárticos, el deshielo del polo norte o el ridículo adelgazamiento de los glaciares en los Alpes y los Himalayas. A ellos les da igual que les expliquen la diferencia abismal entre climatología y meteorología o que les enseñen la subida brutal de las temperaturas con gráficos, esquemas, datos y fotos. Ellos son gente de fe no de ciencia, gente religiosa y dogmática, y bastante suerte tienen los científicos de hoy en día con que sólo se rían de ellos en lugar de quemarlos vivos o ahorcarlos, que es lo que hubieran hecho hace sólo un par de siglos.

El cambio climático ha dividido a la humanidad, según la ya clásica terminología de Umberto Eco, en apocalípticos e integrados. Es decir, los que creen que el impacto medioambiental provocará en unas pocas décadas una serie de fenómenos atmosféricos que arrasarán con la vida en el planeta Tierra, y los que viven muy tranquilos con el aire acondicionado a tope, pensando que el petróleo, los combustibles fósiles y el agua potable cuentan con reservas ilimitadas. Aunque no lo parezca, ambas opciones son exageradas y antropocéntricas, especialmente la que ve al hombre capaz de terminar con un proceso tan complejo, apabullante y diverso como la vida. No, aunque acabemos por poner la atmósfera a cien grados centígrados siempre habrá plantas y animales que se ducharán con fuego y se reproducirán a la plancha. Lo que muy probablemente concluirá sin vuelta de hoja es la vida inteligente sobre la superficie terrestre, la cual resultó tan poco inteligente como para que las únicas emisiones de CO2 prohibidas a la atmósfera fuesen las de tabaco.

 

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