Cuando José María Mijangos escribió Curso de asesinos por correspondencia, su descacharrante novela protagonizada por Definitivo Rueca, no podía sospechar que la realidad iba a rebasarlo por la derecha al proponer cursillos de torero, banderillero y picador en Formación Profesional. Por eso los escritores lo tenemos crudo para dedicarnos a la política: porque carecemos de la imaginación desaforada de un ministro. En la España del PP la realidad no sólo imita al arte sino que a veces directamente se lo folla. En este caso sin condón. Del embarazo que produce esta noticia, no sería raro pronosticar que esas fotos que toman de recuerdo algunos turistas en la Plaza Mayor, posando junto a un mexicano disfrazado de torero, lo mismo algún día llevan sello oficial. La verdad es que ni Mijangos ni nadie con dos dedos de frente podía prever que esos carteles taruinos ataviados con un espacio en blanco, para que el turista ponga su nombre o apodo junto al de dos célebres matadores -6 toros 6- iban a valer por un título de FP.
Así, a lo tonto y sin pensarlo mucho, como ellos hacen las cosas, es posible que este gobierno acabe de una vez con la lacra del maltrato animal en España. ¿Cómo? Mediante el sencillo método de incluirlo en el programa de estudios. Seguramente no haya forma más segura de condenar la tauromaquia a la ruina y al ostracismo que hacerla obligatoria, establecer seminarios, tesis doctorales, conferencias y premios. Pronto, junto al título de matarife, el ministerio de Educación no tardará en ofrecer cursillos de apedrear gatos y de ahorcar galgos (de ahí a promover un máster para maridos homicidas y curas pederastas no hay más que un paso). Poco a poco, a fuerza de exámenes, deberes y ejercicios de recuperación, lograrán que la muy antigua tradición de masacrar señoras, niños y mamíferos se extinga por pura desidia, del mismo modo que ha ocurrido con el oficio de electricista y con el de fontanero.
En su empeño por ir calcando la filmografía completa de los Monty Python, el gobierno mariano pretende evocar ahora aquella cómica secuencia de El sentido de la vida en que un profesor de biología consigue el bostezo unánime de sus alumnos escenificando un coito en directo. El profesor llama a su esposa que se va desvistiendo con cara de hastío, hace descender la pizarra -que oculta una cama- y se baja los pantalones al tiempo que explica las diversas fases del apareamiento. "¿No te importa que me salte los preliminares, querida? Es que eso lo explicamos el viernes". La pobre mujer esboza un gesto de hartazgo mientras los chavales, aburridos, juegan a pasarse papelitos. "¿Ustedes creen que yo puedo repetir esto todos los días?" chilla el profesor en plena faena al sorprenderlos.
Aristóteles sale de las aulas para dejar sitio al Cossío. Se va Hegel y entra Cagancho. Abajo la metafísica, la ética y la fenomenología: arriba las banderillas, el estoque y el tercio de varas. Total, no había otra forma de rematar una legistatura que empezó con mantillas y peinetas. Al próximo ministro de Educación lo sacamos a hombros. Ozú, mi arma.
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