Punto de Fisión

Malvados por la gracia de Dios

Como escritor y como lector siempre me han fascinado los villanos. Hitchcock decía que una película era tanto más eficaz cuanto más convincente fuese su villano. Quizá el mejor de los suyos sea el estrangulador de Frenesí, el simpático frutero que protagoniza la violación más desagradable del cine. En Moby Dick Melville le ofreció el papel de villano a un cachalote hasta que comprendió que el capitán Ahab daba más juego. Cormac McCarthy los combinó a los dos en la escalofriante figura del juez Holden, el todopoderoso genocida de Meridiano de sangre que viola y asesina niños, masacra indios y luego toca el violín. El peor malvado de los míos, que yo recuerde, es Boris, el pederasta ucraniano de Punto de fisión que se recauchutó la cara intentando parecerse a Lenin y enviaba chavales a la ciudad fantasma de Pripyat para recuperar objetos valiosos que las familias se habían dejado olvidados tras el accidente nuclear de Chernobyl.

Sin embargo, ninguna de esas creaciones puede compararse, ni siquiera de lejos, con el Jehová del Antiguo Testamento, un mandamás irascible, caprichoso y violento que lo mismo ordena devastar una ciudad que mata a todos los primogénitos de Egipto. Resulta cuando menos curioso que un Dios que ama tanto a sus criaturas decida castigar a Job arruinando su salud, arrasando sus tierras, matando sus ganados, sus criados, su mujer y sus hijos, sólo por ganarle una apuesta al diablo. La historia del pobre Job explica por sí sola muchas miserias y contradicciones de la cultura judeocristiana y de la psique occidental. Causa pasmo repasar las explicaciones peregrinas que han dado los teólogos para dar a esta prodigiosa y sádica fábula un contenido moral.

Borges advirtió con toda la razón que el realismo sólo es "una rama menor de la literatura fantástica". Qué decir entonces de la Biblia, del Corán, del Bhagavad Gita o de cualquier otro tratado religioso, que se han leído y se siguen leyendo como irreprochables guías de conducta. Sólo desde esa ciega y remota atalaya (la voz de Dios) se entiende que surgan aberraciones como el Daesh (anteriormente conocido como ISIS) o el mucho menos publicitado e igualmente terrorífico LRA, el Ejército de Resistencia del Señor, la organización terrorista cristiana de Uganda que lleva en danza casi tres décadas, que usa miles de niños como esclavos sexuales y guerreros suicidas y cuyo líder, el visionario Joseph Kony, hace que el ficticio juez Holden parezca un hippie calvo.

Estos días el Daesh ha confirmado la muerte de Jihadi John, el cobarde matarife del rostro velado que degollaba periodistas arrodillados como si fuesen cerdos en el matadero. A los dioses, incluidos los dioses únicos del monoteísmo, siempre les han complacido los sacrificios humanos. "Si Dios no existe, todo está permitido" es una célebre cita falsa de Dostoievski que adultera un pasaje bastante más complejo de Los hermanos Karamazov. No hace falta ser un genio para dar una vuelta a la frase y llegar a la misma conclusión que llegó Zizek, es decir, que no sólo es la fe en Dios sino el delirio de creerse su instrumento en la tierra los que santifican cualquier barbarie. En octubre de 2005, otro iluminado, George W. Bush anunció al mundo: "Dios me pidió acabar con la tiranía de Irak". Y en ésas estamos, de vuelta a la Edad Media, consultando libros sagrados y modernizando las guerras de religión. Para que luego digan que la literatura no sirve para nada.

 

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