Punto de Fisión

Mariano se come un churro

En Noruega están triunfando programas de televisión de larga duración en los que la pantalla es ocupada durante horas por el plano de una vía ferroviaria devorada por un tren o por el de un leño ardiendo en una chimenea. Estos últimos días, la secuencia en que Terelu Campos se comía un churro alcanzó, según los índices de audiencia, más de dos millones y medio de espectadores en España. Vivimos una época apasionada por la futilidad, por lo inane, lo que explica el éxito de Gran Hermano y de tantos espacios de telebasura donde el pico de emoción viene a continuación del corte publicitario.

Dicen que la clave del éxito de estos programas es una línea temporal ininterrumpida, la sensación de que puede pasar algo en cualquier momento, aunque lo más emocionante que puede pasar, con mucha suerte, es que por delante de la vía salte un conejo o que un leño cercado por las llamas se parta de repente en varios trozos. Sospecho que no se trata únicamente de esa razón, sino también de la ilusión de estar asistiendo a una imitación perfecta, minuto a minuto, de la vida. Andy Warhol ya jugó con esa idea en Sleep, un documental en una sola toma que ofrecía cinco horas y veinte minutos de John Giorno durmiendo a pierna suelta. Nunca me he tomado la molestia de perder el tiempo viéndolo así que ignoro si durante todo ese tiempo John Giorno habla en sueños, ronca o se tira pedos. No hay mucho más que pueda ocurrir, aparte de que el techo de la habitación cayera encima del bello durmiente, lo cual, la verdad, mejoraría mucho la película.

En España estamos desde diciembre enganchados a un reality político que no sólo ha entrado en bucle continuo sino que además está rizando el rizo. Para el caso, todos los encuentros con el rey, las reuniones entre líderes, las declaraciones y discursos oficiales podrían haber sido sustituidos por un único plano secuencia de Mariano comiéndose un churro durante ocho meses y pico. Todos habríamos salido ganando, especialmente el churro. La situación recuerda aquel otro programa televisivo que, inexplicablemente, no triunfó: Cementerio, un documental de Calle 13 que mostraba durante horas y horas largas tomas nocturnas de un cementerio cualquiera. Los espectadores se quedaban hipnotizados esperando una resurrección inesperada, una profanación, un muerto que emergiera paso a paso de un panteón, pero lo más que podía vislumbrar era una hoja que se caía o una rata correteando entre las tumbas. El Congreso de los Diputados en versión cine mudo.

Parece que no hubiera forma de mantener el suspense otra vez hasta diciembre, pero nunca hay que subestimar a Mariano, un hombre que ha salido indemne de petroleros naufragados, tesorerías podridas, amistades peligrosas, tramas corruptas, ministros del más allá, ministras de verdura y sastres de Panamá. Mariano está biológicamente capacitado para sobrevivir no sólo a la tercera investidura e incluso a la segunda legislatura, sino a la cuarta glaciación y a la Tercera Guerra Mundial. Llevamos décadas subestimándolo y ahí está, más quieto que un reloj parado y dando la hora exacta cada tres meses. El churro se lo está comiendo a cámara lenta, fotograma a fotograma, tan despacio que da la impresión de que ni mastica, pero es que Mariano administra muy bien los tiempos.

 

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