Punto de Fisión

Bob Esponja, presidente

Entre los sesudos análisis a los que ha dado lugar la aplastante victoria de Núñez Feijóo en las elecciones gallegas hay de todo, aunque la explicación más plausible es que el PP ha arrasado fundamentalmente porque las elecciones gallegas tienen lugar en Galicia, feudo tradicional del PP desde que Franco se paseaba por las calles de Pontevedra. Es cierto que ha habido temporadas -más bien breves- en las que el PSOE obtuvo la presidencia de la Xunta, pero consistieron más bien en intermedios, un descanso mientras en el PP buscaban quien reemplazara a Fernández Albor, que fue presidente seis años, y a Fraga, que lo fue quince. Fraga podía haberlo sido más tiempo pero decidió retirarse a los ochenta y pico para regresar al ámbito de la política nacional, como en los tiempos en que la calle era suya.

Con Feijóo el electorado gallego se siente cómodo hasta el punto de que le perdona cualquier cosa, desde el unte de crema solar en el lomo de narcotraficantes a la promesa de piscinas públicas en mitad de una plaga de incendios. Da la impresión de que el PP podría colocar de candidato a cualquiera y aún así seguiría sacando mayoría absoluta, así fuese Don Pimpón, la Gallina Caponata o incluso Rodrigo Rato, cuyo apellido gozaría de amplio crédito por las rías altas y bajas. Sin embargo, la confianza a pulmón libre de los gallegos podría confundirse con la terquedad e incluso con el empecinamiento, sobre todo esta última vez en que les ha dado por coincidir con los sondeos casi punto por punto.

De ahí que Carolina Becansa haya sacudido los cimientos de la politología y la sociología con su análisis de los datos de las elecciones del domingo, según el cual los votantes de Podemos son "gente menor de 45 años y perteneciente a grandes urbes", por lo que, según ha asegurado este martes en RNE, "si en este país solamente votase la gente menor de 45 años, posiblemente Pablo Iglesias sería presidente del gobierno desde diciembre del año pasado". A la confluencia y la transversalidad se une ahora un tercer vector de potencia podemita: la juventud, una unidad de destino en lo universal que Bescansa ha llevado hasta los 45 años quizá porque es su propia edad, aunque dejaría fuera importantes apoyos como Monedero o Anguita.

La hipótesis de Bescansa no debe ser malinterpretada en clave eugenésica, aunque no está de más recordar que el derecho al voto es un concepto que ha ido variando históricamente desde la antigua Grecia. Aquel principio tan flagrantemente machista de "un hombre, un voto" se amplió para que pudieran caber también las mujeres, y en muchos países la mayoría de edad a los 21 años pasó a los 18. No hay que descartar que si en España votasen únicamente los menores de 10 años, el presidente probablemente sería Bob Esponja, aunque tendría que formar coalición de gobierno con Peppa Pig y Dora la Exploradora. Es necesario analizar detenidamente el censo demográfico gallego porque las paquidérmicas mayorías absolutas de Fraga hacen suponer que la media de edad en algunos municipios debe de rondar ya los 128 años.

 

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