Punto de Fisión

El despertar del sueño americano

No es por nada, pero yo podía haberme forrado con el negocio de las apuestas si tuviera dinero con el que apostar. Predije la victoria de Evander Holyfield contra Mike Tyson en su primer combate, la de Zapatero contra Rajoy cuando nadie daba un duro por Zapatero y la del brexit contra el sentido común, aunque esa no tiene mucho mérito porque el sentido común suele salir perdiendo casi siempre. No ha sido, sin embargo, el caso de la aplastante mayoría de Donald Trump en las elecciones estadounidenses, aunque analistas de referencia, empresas demoscópicas, periodistas especializados y politólogos de guardia se froten una y otra vez los ojos ante la evidencia. En lo que va de año la realidad ya les ha pasado por encima tres o cuatro veces, pero ellos se empeñan en creer que su propio culo es el centro del universo. Y no.

En la retransmisión del combate de Tyson contra Holyfield (y disculpen por comparar una pelea violenta y hermosa con una disputa de comunidad de vecinos) hubo un debate entre expertos dirigido por José Luis Garci, gran amante del boxeo, en donde se preguntaban no quién iba a ganar sino en qué asalto caería Holyfield a la lona. Un momento, pensé yo, están hablando de un campeón que barrió la categoría del peso crucero (entre ellos, Henry Tillman, oro olímpico y vencedor contra Tyson dos veces como amateur), un gladiador que se ha enfrentado a la élite de los pesos pesados de su época, incluyendo dos futuros campeones mundiales, Michael Moorer y el gran George Foreman, y dos peleas asombrosas –una de ellas su primera derrota– ante un púgil formidable llamado Riddick Bowe. Holyfield merecía algo de respeto, máxime cuando Tyson venía de una larga estancia en prisión y sus últimas apariciones sobre un cuadrilátero daban entre risa y pena. Tyson perdió de cabo a rabo un combate que detuvieron los árbitros por K.O. técnico en el undécimo asalto. A Holyfield lo llamaban The Real Deal pero su apellido significa "camposanto".

Ahora, a toro pasado, y como dice un ingenioso y certero comentario en twitter, los mismos expertos que profetizaban la victoria de Clinton van a explicarnos las claves de la victoria de Trump. Hablarán de la incidencia del voto latino, el voto femenino, el voto descontento, el voto negro y el voto redneck, pero dudo mucho que algunos de los reputados expertos alcance a entonar un mea culpa y confesar que no tiene ni la más pajolera idea de lo que habla. Que la realidad es algo mucho más complejo, azaroso y extraño que lo que suponen sus burdos vaticinios estadísticos. La noche antes de las elecciones un ridículo estudio en The New York Times daba una probabilidad del 85% a favor de Hillary Clinton: el equivalente periodístico a las velas negras de la Bruja Lola. Prácticamente la prensa entera del país se volcaba del lado del candidato demócrata mientras que sólo dos periódicos apoyaban a Trump, uno de ellos la hoja parroquial del Ku-Klux-Klan. ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha fallado? Sospecho que, para empezar, la primera virtud de un investigador, un historiador o un periodista: la humildad.

No es que yo dispusiera de una bola mágica ni que tenga mucha más idea que ellos, pero, en fin, está claro que Trump tenía bastantes posibilidades de ganar. Para empezar había arrasado con los mejores candidatos del partido republicano y para continuar se salió de todos los protocolos establecidos en una lucha electoral. Únicamente esos detalles, su originalidad y su impredicibilidad, lo convertían de hecho en un rival peligrosísimo. El equipo de Clinton lo subestimó con la misma suficiencia con que subestimaron en su día a Obama, a pesar de que contaban con la inmensa ventaja de la partitocracia estatal y todo el aparato mediático estadounidense a su disposición. Salvo Clint Eastwood, Arnold Schwarzenegger, Jon Voight, Dennis Rodman y, curiosamente, Mike Tyson, que se decantaron por Trump, la casi totalidad del mundo del cine, el deporte, la intelectualidad y el famoseo apoyaba a Clinton. No obstante, el principal problema de Hillary Clinton era, claro está, Hillary Clinton. Como en el judo, Trump aprovechó el peso de su oponente para estamparlo contra el suelo.

Las proclamas apocalípticas sobre el fin del mundo y la III Guerra Mundial no se han disipado ante el discurso reconciliador del nuevo presidente. Donald Trump, en efecto, da mucho miedo, pero me pregunto qué daban en su día Nixon, Reagan o Bush II. Trump, es verdad, constituye un peligro público, pero me pregunto qué clase de balsa de aceite esperaban algunos de una secretaria de estado que, aparte de corrupta hasta el tuétano, ha sido una ayuda inestimable para la desestabilización política en Oriente Medio, la guerra de Irak, la creación del ISIS, un sanguinario golpe de estado en Honduras y una guerra civil en Libia. Trump, desde luego, no es Holyfield, pero Clinton sí que parece The Real Deal. Al final de la pax americana de Obama circulan por el mundo más refugiados que durante la Segunda Guerra Mundial. Trump ha dicho en su discurso: "Vamos a renovar el sueño americano". El sueño americano es que cualquiera puede ser presidente, que un millonario bocazas, xenófobo, machista e ignorante haya llegado por cojones al podio de la Casa Blanca. Para los demás, los pobres parias de la tierra, incluidos los de Estados Unidos, el sueño americano seguirá siendo la pesadilla que siempre fue. Cuando los chavales del mayo del 68 decían aquello de "la imaginación al poder" quizá no se referían a esto.

Más Noticias