De todas las proezas financieras realizadas por el PP, que son un montón, ninguna más asombrosa que los milagros de Bárcenas. Rato reactivó la economía nacional y de paso abrillantó la propia, pero, entre campanazos en la Bolsa y bañadores transparentes, nadie entendió ese sacrificio personal que culminó en un coche patrulla con un policía empujándole paternalmente la nuca a la hora del telediario. Aznar dirigió con mano firme el auge del ladrillismo sólo para poder casar a su hija en un bodorrio imperial que, por el número de imputados que acudieron a ella, rivalizaba con un enlace de los Corleone o los Tataglia. Llegan a celebrar la boda ahora y la mitad de los invitados tienen que llevar chaqué a rayas. Sin embargo, con ser impresionantes, todas estas apoteosis palidecen ante la mera enumeración de los milagros barcenianos.
Bárcenas multiplicaba los panes y los peces de tal modo que deja en ridículo a los evangelistas. No hay manera de explicarse de dónde salieron los 22 millones de euros que guardaba en Suiza en una fundación panameña. Las autoridades suizas aseguraron a la Audiencia Nacional que no cabía la más mínima sospecha de que Bárcenas era el beneficiario; de esa información hace ya dos años y a estas alturas tampoco nadie sabe ni de dónde salieron ni dónde han ido a parar esos 22 millones. Puesto que no hay manera de explicar, lo mejor es no explicar nada. La gracia de los magos reside en no desvelar el truco, igual que cuando David Copperfield trocea a una voluntaria del público para después volverla a armar por secciones.
Pero David Copperfield es una mierda de mago al lado de Bárcenas. Lo máximo que ha hecho el genio de New Jersey es borrar la Estatua de la Libertad delante de unas cuantas docenas de testigos. La desaparición duró apenas unos minutos y los testigos tenían los ojos vendados. Para hacerlo necesitó una plataforma móvil, un juego de luces y un montón de cámaras de televisión. En cambio, Bárcenas logró volatilizar la tesorería entera del PP durante varios años seguidos y ante las mismísimas narices de líderes del partido, mandos intermedios, secretarios, contables, señoras de la limpieza y todo el ministerio de Hacienda. El truco del almendruco está certificado por otro testimonio fuera de toda duda: el de Pablo Casado, cuñado portavoz, quien dice que su partido siempre ha negado la existencia de una contabilidad en B, aunque cuando el PP daba lecciones sobre financiación ilegal mediante presentaciones de powerpoint, él estudiaba COU. Lo de la contabilidad en B salía en el temario de EGB. Al igual que aquel célebre monólogo cómico de Cospedal, en el PP todo se produce del mismo modo que el finiquito de Bárcenas: en diferido y en forma de simulación.
La Audiencia Nacional sigue empeñada en que el mago desvele el truco, pero no lo va a conseguir. Ya se lo dijo el presidente del gobierno en un sms cuajado de cariño: "Luis, nada es fácil, pero hacemos lo que podemos. Ánimo". Después ese cariño, inexplicablemente, se esfumó. Tampoco sería extraño que Bárcenas desapareciera del todo cualquier día de éstos. De momento, en sus últimas declaraciones desde el banquillo, el ex tesorero ha desvelado que no existía una caja B sino una "contabilidad extra contable" de "fondos no oficiales del partido" nutrida de "donativos no finalistas" aportados por los empresarios que "querían echar una mano". Más claro, Bárcenas.
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