Punto de Fisión

Celia Villalobos: Taxi Driver

El viernes por la noche Celia Villalobos llegó a la estación María Zambrano en Málaga y se encontró con la lucha de clases simbolizada en una cola de taxis congelados. "¿Y cómo coño llego yo a Torremolinos?" preguntó, como si, en lugar del AVE, hubiera desembarcado de una patera. El estupor de Villalobos ante la huelga de taxistas recuerda aquella frase de María Antonieta sobre pobres, pan y pasteles (falsa de toda falsedad, porque Rosseau en su día ya advirtió que, en realidad, quien dijo aquella tontería fue la reina María Teresa de Austria). Lo cierto es que da un poco igual quien soltara la frase de marras: lo importante es que la situación se repite a lo largo de la historia, ejemplificando el eterno conflicto entre las fatigas de las clases trabajadoras y las angustias de las señoronas a las que les falla el chófer. El "yo" de Celia Villalobos se sobrepone al "nosotros" del colectivo de trabajadores en un hábil tirabuzón neoliberal del eslogan de Kennedy: "No preguntes lo que los taxistas pueden hacer por ti, pregunta cómo coño llegar a Torremolinos".

No obstante, el problema de Villalobos era mucho más grave de lo que parecía, porque no sólo tenían que llevarla a ella sino también al cargamento de cebollinos que transportaba desde Madrid. Fue la respuesta que le endilgó a Ana Pastor cuando la periodista le preguntó qué pensaba hacer si Pablo Casado ganaba la presidencia del PP, que se dedicaría a cargar cebollinos. No especificó si se trataba de cebollinos vegetales o simbólicos, pero por la estupefacción con que paseaba por los alrededores de la estación de tren en busca de un medio de transporte, daba la impresión de que cargaba una cosecha completa. Aparte del peligro de reventar la huelga, ningún taxista quiso arriesgarse a que Villalobos le administrase el tratamiento de choque con que espoleó a su chófer, Manolo, aquel día en que llegó a recogerla cinco minutos tarde. Para el caso, como si hubiera ido a recogerla en calesa.

El tratamiento de choque reforzaba la sentencia con que Villalobos delimitó la polémica ideológica frente a Casado y todo el ala derecha del partido: "Tengo ya cerca de 70 años y todavía estoy esperando que haya un joven más progresista que yo en el PP". Probablemente abundaban los autobuses y trenes de cercanías con los que desplazarse hasta Torremolinos, pero Villalobos tampoco quería pasarse de progre. Bastante tuvo en su momento con recetar huesos de cerdo para el caldo y con aconsejar que no todo el mundo comiera solomillo, sobre todo si no podía pagarlo, dos de sus principales logros como ministra de Sanidad. También dijo que la enfermedad de las vacas locas era "un problema de salud animal", lo cual, en cierto sentido y contando los cebollinos, era un axioma científico sin vuelta de hoja.

La escena de su desamparo automovilístico, rodeada de taxis sin poder tomar ninguno, resulta tan eficaz que parece diseñada a propósito por un novelista que pretendiera narrar el descalabro del sorayismo de un plumazo. Sin su Candy Crush y su coche oficial, había quedado reducida a un personaje kafkiano, el del agrimensor K. intentando acceder a Torremolinos y alejándose cada vez más de un castillo inaccesible. En el siguiente capítulo, Celia Villalobos encuentra a Robert De Niro insomne, gafas oscuras, cresta india, chaqueta militar, al volante de un taxi amarillo dando vueltas por las calles de Málaga, y le ordena que lo lleve a toda hostia a Torremolinos. Concretamente, a la sede del PP.

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