Punto de Fisión

La tierra es plana

Al aproximarse el aniversario del 11 de septiembre, nunca faltan las voces conspiranoicas que aseguran que el atentado de las Torres Gemelas fue un atentado de falsa bandera, que no murió un solo judío aquel día o que no encontraron ningún resto del avión supuestamente estrellado contra el Pentágono. Unas veces los conspiranoicos argumentan echando mano de la geopolítica, otras de la arquitectura, los más imaginativos trazan un diseño histórico en la política de agresión estadounidense que, en poco más de un siglo, salta del acorazado Maine en la guerra de Cuba al corazón de Manhattan, pasando por Pearl Harbour. A mí me fascina escuchar a los conspiranoicos de cualquier foro porque detecto una fe inmensa e inquebrantable en ellos, una credulidad semejante a la de los primeros cristianos a punto de servir de aperitivo a los leones. Porque hace falta una fe de carbonero medieval para subestimar el impacto y la combustión de dos aviones incrustados contra sendos rascacielos y suponer, en cambio, que hubo una demolición controlada en las Torres Gemelas.

El 11-S, el terraplanismo, el Diseño Inteligente son sucesivas trincheras de una resistencia metódica al discurso oficial que empezó exactamente el 20 de julio de 1969, aquel día glorioso en que un señor, en un bar cualquiera de Alabama o de Cáceres, vio por televisión a Neil Armstrong pisando la superficie de la Luna y dijo que aquello era una maqueta. A partir de ahí se desarrolló una especie de negacionismo cósmico sostenido, entre otros, por Sánchez Dragó, por Iker Casillas y por mi tío Antonio, que en paz descanse. Todavía lo recuerdo, llamándonos ingenuos al resto de familiares por creernos aquel teatrillo que habían montado los americanos y con que nos habían engañado a todos. De ahí a dar el salto lógico e irrebatible de que la Tierra en realidad no es una esfera flotando en el espacio -como nos enseñan en el colegio- sino una superficie plana -como nos enseñan en la iglesia- no había más que un paso, más pequeño aun que el que había dado Neil Armstrong desde la escalerilla.

Efectivamente, sin contar miles y miles de evidencias científicas, y dejando aparte la gravedad, los husos horarios, los movimientos de rotación planetarios, la línea del horizonte, el experimento de Eratóstenes y la travesía de Elcano, no hay ninguna razón para suponer que la Tierra no es una superficie plana. Aun así, los argumentos para explicar todas las contradicciones inherentes al modelo terraplano no son nada comparados con la convicción a prueba de bombas de que existe una conspiración mundial que funciona desde hace siglos y que incluye a astrofíscos, políticos, geógrafos, ingenieros, astronautas y carteros.

No menos medieval resulta la obstinación en negar cualquier validez a la Teoría de la Evolución y sacarse de la manga una supuesta teoría alternativa llamada "Diseño Ingeligente", que ha excavado un cómodo refugio para los creacionistas y que de inteligente, la verdad, tiene más bien poco. La objeción más seria a la fascinante teoría conspiranoica del 11-S es descubrir que al frente del cotarro estaba George W. Bush, un tipo que, entre otras genialidades, dijo: "Nuestros enemigos son innovadores e ingeniosos, y nosotros también. Nunca dejan de pensar en nuevos métodos para perjudicar a nuestro pueblo y nuestro país, y nosotros tampoco".

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