Punto de Fisión

La familia mal, gracias

A Woody Allen le gusta repetir una vieja ecuación atribuida a Lenny Bruce, la idea de que comedia es igual a tragedia más tiempo. Sin embargo, cuanto más tiempo pasa de su tormentoso último divorcio (y de la acusación de pederastia formulada por Mia Farrow y sostenida por dos de sus hijos adoptivos, Dylan y Ronan Farrow), esa íntima tragedia familiar que empezó hace ya dos décadas se vuelve más amarga, ácida y lastimosa. Casi desde el primer día, y como ocurre con tantas celebridades, la historia escapó del ámbito privado para convertirse en una noticia de primera plana, un chisme del que la gente se puso a hablar sin ton ni son, colocándose de parte de un bando u otro, como si estuvieran asistiendo a un partido de fútbol.

Por un lado estaban Dylan Farrow -quien por aquel entonces contaba siete años de edad y que acusó a su padre de haber abusado de ella-, su hermano Ronan y su madre, Mia Farrow, quienes apoyaron la acusación hasta sus últimas consecuencias. Se puso en marcha una investigación que implicó a varios especialistas del hospital de Yale-New Haven y que concluyó que no sólo no había evidencias de abusos físicos sino que la conducta perturbada de Dylan bien podía estar inducida por las ansias de venganza de su madre. Aun así, la ofensiva contra Allen se recrudeció en años posteriores, en especial tras la oleada de denuncias del movimiento Metoo, donde acabó obteniendo, si no la victoria en los tribunales, sí el sambenito de la humillación pública y el ostracismo de un buen puñado de estrellas de Hollywood que juraron, a toro pasado, que nunca volverían a trabajar con Allen.

La picota se tambaleó unos meses atrás, el pasado mayo, con una carta abierta del hermano de Dylan y Ronan, Moses Farrow, quien desmentía punto por punto las acusaciones de ambos y acusaba a Mia Farrow de manipulación y malos tratos. Ayer fue por fin Soon Yi Previn, hija adoptiva de Mia y André Previn, y actual pareja del director neoyorquino, quien rompió un silencio de veinte años en la revista New York Magazine, rebatiendo de nuevo las acusaciones de abuso y respaldando las acusaciones de Moses contra Mia Farrow. Al igual que con Diane Keaton, hizo películas maravillosas con ella (sobre todo, la extraordinaria La rosa púrpura de El Cairo), pero en Edipo reprimido (la mejor con diferencia de la trilogía de Nueva York que juntó a Allen, Scorsese y Coppola) la madre del personaje que interpretaba a Woody Allen ya le había advertido que Mia Farrow no le gustaba ni un pelo.

"Todas las familias felices se parecen", escribió Tolstoi en la primera frase de Ana Karenina, "pero las desgraciadas lo son cada una a su manera". Nabokov corrigió esa sospechosa generalización en el comienzo de Ada o el ardor, con una sentencia no menos arbitraria: "Todas las familias felices son más o menos diferentes; todas las familias desdichadas son más o menos parecidas". Al igual que las demás familias del planeta, la que formaban Allen y Farrow era diferente a todas, aunque, parafraseando a Orwell, podríamos decir que era más diferente que cualquier otra. Alguien dijo que la familia es una enfermedad de transmisión sexual, pero a veces no hace falta ni eso.

Tal vez los cuchicheos y la exposición pública hayan dañado los últimos trabajos de Woody Allen, quien en la pasada década, aparte de Blue Jasmine, apenas si ha entregado una película digna de su nombre. Ahora está a punto de cerrar un acuerdo con Mediapro para volver a rodar en Barcelona, aunque difícilmente podrá pasar por alto el vocerío de este escándalo que lo acompaña allá donde va y que parece no tener fin. Aun así, resulta admirable el empeño que sigue mostrando en extraer hasta la última gota de su genio, un esfuerzo probablemente único en la historia del cine y casi de cualquier arte.

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