Punto de Fisión

El año pasado en Catalunya

Este fin de semana he visto por fin el clásico de Alain Resnais, El año pasado en Marienbad, sin darme cuenta de que me estaba preparando intelectual y emocionalmente para el aniversario del referéndum catalán. Al igual que en la película de Resnais, lo que ha sucedido en Catalunya (y parte de Bélgica) durante estos 365 días es una especie de bucle infinito en el que unos señores repiten unas frases y otros señores hacen cosas. Más o menos en el mismo orden, más o menos las mismas frases y las mismas cosas: gritos, porrazos, mossos, policías, Puigdemont, Junqueras, Estremera, Bruselas, banderas españolas, banderas esteladas, Waterloo, Torra. La impresión general varía desde un cacao inicial en el que que no se entiende nada hasta un barullo final completamente abstruso. Incluso ha vuelto a celebrarse un choque entre manifestantes y policías, con golpes, gritos, insultos y amenazas, que viene a conmemorar la represión oficial que tuvo lugar el año pasado y que empieza a tomar el cariz de una fiesta folklórica.

Recapitulemos. Una consulta popular simbólica desembocó en un multitudinario masaje policial retransmitido a medio mundo y, un año después, un multitudinario masaje policial ha terminado con Quim Torra votando simbólicamente en una de esas urnas de plástico que recuerdan una convención de tupperware. Faulkner dijo que el pasado todavía está sucediendo y que ni siquiera es pasado, algo que en Catalunya puede afirmarse con absoluta validez de ley local. Al igual que en la película de Resnais, un señor intenta convencer a una señora de que se marchen juntos del balneario donde están atrapados; al igual que en la película, la señora no se entera, o no quiere enterarse, o no hace ningún caso, o lo hace, pero poco. Al igual que en la película, el señor podría ser el director y la señora la película, o el señor podría ser España y la señora Catalunya, o bien al revés y viceversa, por no hablar del marido, que va por ahí jugando a las cartas y bien podría representar al guionista, a la justicia o al árbitro.

Parece que fue ayer, en efecto. El laberinto continua intacto, el lío igual de inextricable, si eso fuese posible, y los diálogos consisten en una sucesión de monólogos donde unos no escuchan y los otros tampoco. La valoración de la película oscila entre quienes la consideran un disparate absoluto y quienes piensan que se trata de una obra maestra del séptimo arte. Poco antes de ingresar en prisión, Oriol Junqueras dijo que los catalanes tenían más proximidad genética con los franceses que con los españoles; ahí estaba él, sin ir más lejos, para probar su similitud cinematográfica con Gerard Depardieu, que cada vez parece más un oso ruso. También parece probado que, puestos a hacer política, esta vez nos ha salido una película francesa, una de ésas donde los personajes se pasan el tiempo hablando de las relaciones que podrían tener si no se pasaran el tiempo hablando de las relaciones que podrían tener si no se pasaran el tiempo hablando de las relaciones que podrían tener. El año que viene en Marienbad.

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