Punto de Fisión

Matemos a Apu

Apu, el entrañable dueño del badulaque de Los Simpson, va a ser eliminado de la teleserie a causa de la controversia que genera su personaje. También porque, al parecer, muchos inmigrantes y estadounidenses de origen indio -incluyendo el cómico Hari Kondabolu- se sienten ofendidos. Apu trabaja en el badulaque todo el día y buena parte de la noche, atendiendo a los clientes y haciéndonos reír con su ingenuidad, su tacañería y su acento indio. No es el único avaro de Los Simpson, porque también están el señor Burns y el jardinero escocés, pero sí el que tiene la piel de color más oscuro. Ningún escocés se ha quejado hasta el momento, que se sepa, y a los millonarios cadavéricos y dueños de centrales nucleares la burla les da lo mismo.

No es la primera vez que un dibujo animado pasa a la categoría de inexistente para no ofender a una minoría: le ocurrió, por ejemplo, a Speedy Gonzales, aquel veloz ratón mexicano que cruzaba de lado a lado la frontera como un reguero de pólvora. Cartoon Network explicó que se trataba de un personaje "políticamente incorrecto" que ridiculizaba a la comunidad hispana en los Estados Unidos. En realidad, no hacían falta estudios de antropología para concluir que si a alguien ridiculizaban las aventuras de Speedy Gonzales era al gato, considerado literalmente "bobo" y "gringo", quien personificaba la quintaesencia de la policía de fronteras. Lo "políticamente incorrecto" de Speedy, igual que en el caso de Apu, era el color de la piel y la condición de inmigrante.

Por lo demás, como es lógico, no hay un solo personaje de Los Simpson que no caiga en la condición de caricatura, desde el matón de escuela hasta la repelente niña sabelotodo, desde el alcalde corrupto al secretario pelota y enamorado de su jefe en secreto, desde la lesbiana impresentable al vecino ñoño y meapilas. Y, siguiendo la ley de los estereotipos raciales en dos dimensiones, en Los Simpson los negros siempre son simpáticos y afables, los italianos cocineros y gángsters, y los judíos rabinos y payasos. Del protagonista, Homer Simpson, mejor no hablar, porque podría ofender él solo a una variada gama de maridos y trabajadores estadounidenses de raza blanca, concretamente a los vagos, a los patosos, a los gordos y a los botarates. En cuanto a Cletus y la familia de rednecks que cohabitan alegremente entre el incesto y la hemofilia tampoco molestan a nadie porque con los rednecks, como explica Jim Goad, hay barra libre.

Probablemente, el verdadero motivo para cargarse a Apu, cuestiones raciales aparte, sea de orden económico: Los Simpson iban de capa caída desde hace muchos años y el efecto de suprimir a un secundario le ha dado un empujón de publicidad impagable. Es un viejo principio conocido en ficciones televisivas, al menos desde que anunciaron la muerte de Jota Erre. Habrá que ver si con su alucinante capacidad profética (cumplida de sobra en la lesión de Neymar en el campo de fútbol o en la presidencia de Donald Trump) y tal y como anda la política fronteriza en Estados Unidos, la supresión de Apu no desemboca en un decreto de expulsión de inmigrantes. Tampoco sería raro que, para acabar con los estereotipos raciales, al frente del badulaque lo sustituya un chino.

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