Punto de Fisión

Patriotas made in Teherán

Poco a poco, aunque con sorprendente rapidez, vamos descubriendo que bajo la fachada de Vox, tan impecablemente española, van apareciendo grietas, resquebrajaduras, banderitas y copyrights de indudable alcurnia extranjera. La fachada se va cuarteando, en todos los sentidos del término, y lo mismo que en el centro de la Mezquita de Córdoba hay levantada una iglesia católica, hemos descubierto que el sancta sanctorum de Vox está apuntalado con cimientos islámicos: el 80% de la campaña de 2014 se financió con dinero procedente del exilio iraní. En cierto modo no nos ha pillado de sorpresa, puesto que su líder, Santiago Abascal, tiene toda la pinta de un jeque árabe venido a menos.

En un artículo publicado en este mismo periódico hace poco más de un mes, Nazanim Armanian hacía una radiografía de los Guerreros Santos del Pueblo, una organización de muyahidines responsable de numerosos asesinatos y atentados desde su fundación a mediados de los sesenta. Tiene gracia que después de repetir hasta la saciedad, sin ninguna prueba, la supuesta financiación ilegal de Podemos con fondos iraníes, la prensa de derechas haya pasado de puntillas sobre esta información que coloca directamente a la formación de Abascal enchufada a las alforjas de una banda de disidentes homicidas. No se sabe qué resulta más grotesco: si ver a Vox a plena máquina, funcionando gracias a una transfusión de capital marxista-islámico, o ver a Ortega Lara dando mitines en recuerdo de ETA gracias al dinero del terrorismo yihadista. Al menos el machismo, la misoginia y la teocracia la comparten sin problemas, aunque unos mirando a La Meca y otros al Vaticano.

No es la única de las contradicciones esenciales de la formación de Abascal, ya que su métodos y estrategias son obra de Steve Bannon, el hechicero jefe de campaña de Donald Trump, quien logró auparse hasta el trono de la Casa Blanca a base de bulos, cosméticos, difamaciones y un nulo sentido de la vergüenza propia y ajena. Una de las principales armas de Vox para propagar sus mensajes consiste en jugar con la paradoja psicológica que señaló George Lakoff en su famoso estudio No pienses en un elefante: basta aceptar la premisa del paquidermo (el peligro de los inmigrantes, el auge de las denuncias falsas) para verlo irrumpir en plena gloria en la cacharrería. No obstante, el riesgo con Vox no es tanto dejar de pensar en el elefante como intentar no pisar la mierda que ha dejado plantada.

Si buena parte del dinero es iraní, manchado de sangre humana, y la estrategia estadounidense, el núcleo de su ideología tampoco es que sea muy hispánico, que digamos. El orgullo nacional por encima de todo, la fobia a los inmigrantes y la vinculación del fenómeno de la delincuencia con algunas minorías raciales o religiosas ya aparecía espléndidamente retratado en Mein Kampf, libro de cabecera de cualquier facha que se precie. Por cierto que la afinidad entre Hitler y ciertos movimientos religiosos islámicos iba mucho más allá del simple odio antisemita, como muestran su apoyo a la Hermandad Musulmana de Hassan-al-Banna, los miles de voluntarios musulmanes que se apuntaron a las Waffen-SS y sus encuentros con el Gran Mufti de Jerusalén acerca de cómo resolver el problema judío. Es lo malo de mirar demasiado tiempo un abismo, que el abismo te devuelve el bigote.

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