Hace unos días Mariano reapareció en la Convención Nacional del PP con un aspecto inédito, rollizo, melenudo y descansado. Tampoco es que antes trabajara mucho, pero hacer el papel de presidente fatiga bastante más que no hacerlo. Había que fichar por las mañanas, había que ir a reuniones con políticos, presidir desfiles militares que son una lata, dar la cara en televisión, estrechar manos a pares y a veces incluso había que atender a la prensa. Libre de esta enojosas responsabilidades, ha ganado tiempo para correr más despacio aun por las mañanas y ha aprovechado además para no ir a la peluquería. Ya sabemos que a Mariano le gusta tomarse las cosas con calma.
Con unas arrobas de más y unos caracolillos inéditos en la cabeza, Mariano se sentó entre sus huestes con ese aspecto de muñeca folklórica que adquieren los presidentes apenas dejan de serlo. Lo malo es que le acabó quitando el puesto a Jose Mari, folklórica oficial del partido, no sólo por cercanía histórica sino porque ahora gasta mucho más pelo que él. Con el bigote en caza y captura, Jose Mari estaba más ceñudo que nunca, dedicado a ese gesto exclusivo suyo que consiste en intentar sonreír al tiempo que frunce el hocico, una sonrisa eclipsada desde las cejas hasta los calcetines. De hecho, en sus mejores momentos, la Convención Nacional del PP parecía una asamblea de viejas glorias del heavy metal, una de esas bandas homenajes a sí mismas que se reúne veinte o treinta años después de sus grandes éxitos (el Prestige, la Gürtel, los sobres, la boda de El Escorial), la mayoría de los cuales siguen sonando igual. En primera o segunda fila estaban, además de Mariano y José Mari, Esperanza, María Dolores, Soraya, Botella, Feijoo... La renovación total del PP prometida por Casado es un hecho: sólo faltaron los presidiarios.
Mariano confiesa que no le ha costado mucho alejarse de la política activa y que está muy a gusto con su nueva plaza de registrador de la propiedad. Sin embargo, le queda la espina de no haberse entregado a su verdadera pasión, la de comentarista deportivo, como todo español que se precie. Dice que su hijo de 13 años -aquel al que le pegó un cariñoso pescozón en la radio por decir que las crónicas de Manolo Lama eran una basura- tiene afición a las ondas y que su sueño es emular algún día a Pepe Domingo Castaño. Todos hemos querido ser algo distinto a nuestro verdadero oficio, hasta los presidentes de gobierno, pero Mariano tiene el consuelo de haber ejercido su vocación de forma altruista y a tiempo completo.
La verdad es que hemos juzgado muy malamente a Mariano. Tanto acusarle de ser un vago de siete suelas y, sin habernos enterado, el hombre no paraba de darle al tajo: de andador de fondo, de cómico aficionado, de locutor deportivo, de gallego en la cuadrillla y de lector del Marca. Dicen los millonarios que hay que trabajar muchísimo para conseguir no dar ni palo al agua, un sueño que él lleva toda la vida disfrutando.
Comentarios
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