No hacía frío, no había lluvia y aun así la gran manifestación prometida para ayer domingo en la plaza de Colón se quedó en un gatillazo con banderas, un aborto rojigualda. Tampoco sirvió de nada el centenar largo de autobuses fletados por el PP con la intención de abarrotar las calles. Ahora habría que preguntarse si el dineral que ha costado esta nueva edición de la Armada Invencible ha salido de las mismas arcas que los sobres que circulaban por Génova y la financiación ilegal de tantas campañas, pero esa es una información sensible de la que ya nos enteraremos, probablemente dentro de diez o quince años.
La concentración estaba programada para las doce de la mañana, a la salida de misa, y sobre las doce y media ya se habían agotado los eslóganes, los vivas a España, a la policía y a la guardia civil; la gente se había comido los bocadillos y tenía ganas de regresar a casa, maniobra que iniciaron por tandas y en diferentes direcciones, agitando banderas de todos los tamaños, para que no hubiera dudas, por si alguien no había reparado aún en la enseña gigantesca que flamea en medio de la plaza. Aun así, más de un nostálgico llevaba la del pollo, aprovechando la ocasión, e incluso hubo alguno que se envolvía en la de Venezuela, que no podía faltar.
Esta apropiación del símbolo nacional venía a demostrar varias cosas, principalmente que España es patrimonio de la derecha y de la ultraderecha, por eso la llevan grabada hasta en la correa del reloj si hiciera falta. Muchos, de camino a casa, la llevaban atada al cuello, a manera de capa, como si ese poder ideológico de la bandera los convirtiese en superhéroes prestos a volar en cualquier momento y salvar la patria. Sucede, no obstante, que la bandera no es patrimonio suyo, especialmente cuando se rodean de personajes equívocos célebres por tener el dinero atrincherado en Suiza, en Panamá, en las islas Caimán o en cualquier otro de los paraísos fiscales desde donde siguen alentando un patriotismo comprado a un euro en los supermercados chinos.
Aparte de gritar que Sánchez es un traidor y que convoque elecciones, la manifestación colonita también sirvió para que muchos de los líderes presentes se retrataran al lado de la ultraderecha más rancia y retrógrada que campea estos días por Europa. Ahí estaba Albert Rivera, el equidistante, haciendo cabriolas para intentar no salir al lado de Santiago Abascal en las fotos. Ahí estaba Mario Vargas Llosa, en mitad del símbolo de la conquista de América, sin saber que tenía el dinero en Panamá. Ahí estaba Maroto, gay oficial del PP, rodeado de un montón de cavernícolas que piensan que lo suyo es una enfermedad. Lo que sucedió ayer en Colón fue una colonoscopia en toda regla que detectó muchos de los síntomas reinantes en el trifachito español, a saber, que la derecha nunca ha tenido el menor empacho en mezclarse con la ultraderecha, que la xenofobia y la homofobia siguen campando a sus anchas y que la patria no sólo es el último refugio de los canallas sino también de los tontos, que son legión, aunque quizá no tantos como ellos se piensan.
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