Punto de Fisión

Violando feas

Creo que el principal defecto de Silvio (y los otros), la última película de Paolo Sorrentino, es que el Berlusconi cinematográfico resulta mucho más plano, aburrido y verosímil que el de carne y hueso. De hecho, transcurridos unos cuantos siglos y destruida nuestra civilización, unos hipotéticos arqueólogos podrían descubrir la película de Sorrentino junto a unos telediarios de la época y no les cabría ninguna duda de quién sería la caricatura y quién el original.

Berlusconi admirando el culo de la primera ministra danesa, Berlusconi perreando detrás de una agente de policía como si fuese un adolescente borracho, Berlusconi presumiendo ante la prensa de las tías que se había follado la noche anterior. Si esas cosas las hacía ante las cámaras, qué cosas no haría en la intimidad, cuando comentaba por teléfono que en el último bunga-bunga había una fila de once niñas delante del dormitorio, pero que sólo estuvo con ocho porque hasta él se cansa a veces.

A Berlusconi lo interpreta Toni Servillo, que es un gran actor y que años antes había clavado a Giulio Andreotti como a Cristo en la cruz, pero que apenas consigue acercarse al tono demencial y bufonesco de un personaje que habría necesitado el trabajo combinado de Alvaro Vitali, Bob Hope y Fernando Esteso, dicho sea con todos mis respetos hacia estos cómicos. Ciertamente, il Cavaliere devolvió a la política italiana a un puesto desocupado desde los tiempos de Mussolini y quizá desde los de Calígula.

Hay dirigentes que marcan a patadas el rostro de una nación hasta dejarla idéntica a ellos mismos y Berlusconi consiguió que la bota italiana acabara teniendo el mismo aspecto recauchutado, lúbrico y gomoso de su última liposucción. Lo cierto es que Italia ya se había hecho varias operaciones de cirugía plástica bajo los sucesivos gobiernos de la Democracia Cristiana (la versión espagueti del PP) pero no fue hasta su presidencia cuando el país adquirió definitivamente el tono de un plató de Tele5.

Efectivamente, la sentencia de 2017 en que tres magistradas exculparon a dos hombres de violación porque consideraron que la víctima era "demasiado masculina" podía haber sido dictada en cualquier programa de la parrilla de la afamada cadena propiedad de don Silvio. Con argumentos tales como que la muchacha no era lo bastante atractiva para ser violada, las tres juezas, más que ejercer la ley, parecían estar opositando a un casting de las Mamma Ciccio, a una edición de Gran Hermano o a una tertulia de Sálvame. En una secuencia de Toma el dinero y corre, la primera película de Woody Allen, se describe la ficha criminal de David Armstrong, "buscado en todo el país por incendio premeditado de un parque de bomberos, agresión a una menor y por tener relaciones íntimas con una mujer fea". Era sólo humor negro pero se ve que la justicia italiana no sólo lleva décadas de adelanto respecto a la española, sino que ha rebasado la frontera del chiste para entrar en la del refrán: la suerte de la fea, la guapa la desea. Se levanta la erección.

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