Punto de Fisión

Tarrant y la Internazional

El nombre y apellido de Josué Estébanez -el soldado que mató de una puñalada al antifascista Javier Palomino en noviembre de 2007 en un vagón del metro de Madrid- estaba grabado en uno de los cargadores del arma que empleó Brenton Tarrant, el australiano que el viernes asesinó a tiros a medio centenar de personas en Nueva Zelanda. Junto al de Estébanez, había otros cargadores dedicados a Oswald Mosley, simpatizante y colaboracionista nazi, fundador de la Unión Británica de Fascistas; a Alexandre Bissonette, el homicida que mató a seis personas en una mezquita canadiense; a Luca Traini, quien hirió a varios extranjeros en Macerata, en Italia, antes de hacer el saludo fascista.

Hasta Nueva Zelanda, hasta nuestras antípodas, ha viajado la ola neonazi que amenaza con repetir las peores pesadillas del siglo XX, con paradas estelares en Canadá, Gran Bretaña, España y Noruega. Cada bala tenía un destinatario, cada cargador era un homenaje a la xenofobia, cada uno de los muertos fue víctima de una ideología. Si antes buena parte de los medios pasaban de puntillas por las auténticas motivaciones de este tipo de atentados, achacándolos a la locura o a la violencia , después de la masacre de Christchurch (un nombre que no parece elegido al azar), no parece que puedan caber dudas. Tarrant asegura que se puso en contacto con Anders Breivik, el terrorista noruego que mató a 77 personas, principalmente jóvenes socialistas, y que Breivik dio su bendición a la matanza.

También pintó en los cargadores los nombres de diversos monarcas y paladines cristianos que lucharon contra los musulmanes en la Edad Media, entre ellos, "Pelayu", una referencia a don Pelayo, el rey asturiano al que se considera iniciador de la Reconquista. En el largo viaje que realizó por diversos países de Asia y Europa, Tarrant no aprendió muchas cosas aparte de incubar y exacerbar su odio. En el escrito de casi ochenta páginas en donde explica su ideario, él mismo se define como un autodidacta bastante ignorante: "Me interesó muy poco mi educación durante los años de colegio. Apenas logré un aprobado. No fui a la universidad. No me interesaba nada de lo que podía estudiar ahí". Eso no le impidió lanzarse a justificar la barbarie que iba a cometer, demostrando de manera trágica aquella advertencia de Borges sobre que en nuestra época todo el mundo quiere escribir un libro y muy pocos han leído alguno.

Ya teníamos a Breivik, pero era cuestión de tiempo que alguien encarnara definitivamente el reverso cristiano del terrorismo islámico, un patán homicida, ignorante abisal, inculto por los cuatro costados y racista orgulloso de serlo. Basta cambiar tres o cuatro palabras de su manifiesto (poner "cristianos" donde él pone "musulmanes", "occidentales" donde pone "emigrantes", ) y aparece la versión blanca y supremacista de esos barbudos iluminados que han sembrado de sangre las calles de Madrid, Londres, Barcelona o Niza. Como el mismo Tarrant explica, el objetivo de su misión era provocar una atmósfera de miedo y desatar una guerra santa contra el islam. Hasta ahí ha llegado la indecencia xenófoba de Trump y Bolsonaro, el auge neonazi que está empañando el mundo con los peores fantasmas del pasado. Creíamos que íbamos a repetir el siglo XX y, como no espabilemos, vamos a repetir también las Cruzadas.

Más Noticias