Punto de Fisión

Ciudadanos de alquiler

No debe de resultar nada fácil ser votante de Ciudadanos. Un día te dicen que son liberales y al día siguiente ves a Albert Rivera estrechando la mano de un socialista. Al día siguiente te dicen que están en contra del nacionalismo y ves a Albert Rivera delante de una bandera española del tamaño de un campo de tenis. Un día aseguran que ellos jamás pactarán con la ultraderecha y te despiertas con que están merendando en Andalucía y en la Asamblea de Madrid con la banda de homófobos, machistas y retrógrados más cerril de Europa. Una tarde Rivera dice que a él los toros no le gustan ni un pelo y a la media hora aparece en un tendido de Las Ventas pidiendo las dos orejas. Poco después se presenta como símbolo del feminismo con un decálogo liberal que trae de matute un novedoso proyecto sobre vientres de alquiler.

Ciudadanos de alquiler

Al menos en esto, Albert Rivera ha sido de lo más consecuente: no porque Inés Arrimadas, Begoña Villacís y otras abanderadas del partido vayan a ir predicando con el ejemplo, dejándose fecundar por desconocidos y luego gestando niños para las parejas que no puedan tenerlos, sino porque ha extendido el concepto de arrendamiento mucho más allá de la placenta, sin distinción de género, partidos o ideologías. Ciudadanos, principal promotor de los vientres de alquiler, se ofrece en las negociaciones políticas en las diversas modalidades de cerebros de alquiler, rodillas de alquiler, lenguas de alquiler y culos de alquiler. Ciudad de anos: eso era lo que escondía el lema del partido naranja. Un naranja ya más bien escocido.

Esta novedosa manera de encauzar la política la practica Albert Rivera desde sus comienzos, hace más de una década, cuando se presentó en un cartel desnudo como vino al mundo aunque tapándose decorosamente las vergüenzas. Hacía bien en avergonzarse, incluso por adelantado. Sus pinitos como estrella porno de la derecha española indicaban no inocencia sino todo lo contrario: Rivera se vende (o se alquila, eso no está claro) igual que esos muñequitos recortables a los que después les puedes pegar cualquier vestimenta de quita y pon. Está el Albert liberal que va a hacerse fotos en París con otros líderes europeos. El Albert humanitario que va a pegar abrazos a los niños hambrientos de Venezuela. El Albert facha que va a una manifestación franquista en Colón espolvoreada de banderas avícolas. Al muñequito Albert le sienta igual de bien un tricornio de guardia civil que una montera de torero.

Hablando de uniformes, con Ciudadanos y con Albert Rivera el politólogo debe aflojarse la corbata y ajustarse la escafandra de pocero para ponerse a bucear entre trolas fétidas, apariencias engañosas y heces metafísicas. Todos los partidos, en un momento u otro, tienen que tragarse sus principios y contradecir un titular que les salta en la cara desde la hemeroteca. Pero a Rivera las mentiras le explotan en plena boca en el mismo momento de decirlas: ayer mismo adelantaba que el acuerdo para presidir la Asamblea de Madrid se había logrado gracias a los partidos que tienen más representación en la Mesa, olvidando que Más Madrid, el gran ausente en el triunvirato de la Cibeles, tiene ocho escaños más que Vox. El pacto conseguido para arrebatar Madrid a la izquierda recuerda la inseminación artificial más célebre de la historia, que tuvo lugar entre una virgen con vientre de alquiler y un palomo espiritual. A ver si lo que escondía entre las piernas Albert Rivera, en aquel lucido cartel, era un palomo.

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